La humanidad pasa por momentos difíciles que han confrontado las propias dinámicas sociales. Nos estamos despertando bruscamente del sueño de una vida egoísta, centrada en la acumulación y el consumo, centrada en la primacía individualista del capital. Nos estamos dando cuenta que ese antropocentrismo que predicaba el poder del hombre, como controlador y dominador de la naturaleza, se está diluyendo en medio de uno de los peores momentos de la humanidad después de la II Guerra Mundial.

Estamos empezando a comprender la fragilidad humana y a tomar consciencia de la necesaria comunión y reciprocidad que existe con el entorno, la tierra y la vida en todas sus manifestaciones. Hoy estamos en un momento privilegiado para comprender el profundo sentido de la condición humana y sacar lo grandioso, compasivo y solidario que hay en ella.

Una crisis como la que afrontamos nos está diciendo que la mejor forma de salir es reconocer, valorar, cuidar y proteger a los otros, en especial a los más frágiles, vulnerables y débiles de nuestras comunidades. Es un llamado a la proximidad, como aquella actitud ética de hacerse prójimo y ponerse al servicio de los demás. Tomar acciones prudentes, sensatas de quedarse en casa, de evitar saludarnos en la manera habitual es un ejercicio de cuidado por el otro.

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Es una oportunidad para tomar consciencia que no lo hago solo por mí, sino por los demás, haciéndome consciente que la única manera de superar este momento crítico es estando unidos, es haciéndonos prójimos. Este es un momento para que la comunión humana salga a flote, lejos de las expresiones aparentes y la adulación de los compromisos sociales Esta lejanía corporal nos hará estar unidos espiritualmente, además nos dará la sensibilidad y consciencia para construir relaciones más fraternas, solidarias y compasivas.

De esta coyuntura no saldremos los mismos, estoy convencido que, aunque viviremos momentos aciagos y críticos, saldremos adelante, con una visión de mundo diferente, con la responsabilidad de revisar nuestras acciones personales, sociales, políticas y culturales. Este es un llamado a la humanidad a revisar las relaciones y cambiar el rumbo. Esta crisis no está dirigida a una clase social, o etaria. Ni mucho menos a un grupo étnico o político.Tampoco tiene separación por identidad de género o religión, es una crisis que solo ataca al ser humano. Este virus ha destruido los muros invisibles que dividen a la humanidad y nos ha hecho saber que esa división nos debilita; por eso la única forma de contenerlo es con la fuerza que brota de la unidad comunitaria, con el compromiso responsable y solidario de cada uno.

Esta consciencia de comunión como antídoto ante este virus es la espiritualidad, más allá de expresiones religiosas, dogmas o rituales; hoy estamos llamados a la consciencia comunitaria, a comprender que estamos entrelazados en una red de relaciones y que lo que le afecta a uno, les afecta a todos. Además, esta consciencia inicia un camino de transformación, porque de seguro nuestras formas de pensar, actuar serán diferentes. Será una oportunidad para tomar consciencia que muchas cosas que considerábamos absolutas y necesarias son pasajeras, contingentes, es decir que pueden faltar y la vida continua. Pero que aquello que creíamos cursi, superfluo, romántico hoy se hace necesario, además de esencial para dar fuerza. Es la hora de volver a mirarnos a los ojos y reconocer en el otro, la riqueza que hay en su corazón y en su mente. Este es un retiro espiritual obligado en casa, es decir, una oportunidad para salir de mi caparazón y abrirme en comunión con aquellos que comparto. Por eso es el momento privilegiado para redescubrir que la fuerza del amor es la coraza que nos mantendrá unidos y a salvo.

Asistimos a momentos donde hemos tenido que cambiar la rutina, muchos vamos a comprender que el trabajo, la oficina, la ciudad seguirá funcionando sin mí, pero que la humanidad no lo podrá hacer, que se necesita de mi compromiso de hacerme prójimo, comprendiendo, animando, amando; poniendo mis habilidades, saberes al servicio de los demás. Es un momento para ir transformando cada día nuestras relaciones en espacio de comunión, compasión y solidaridad, porque el mejor insumo es la espiritualidad y
proximidad en tiempos de crisis.