Me afecta mucho la muerte de Álvaro Araújo Noguera; fui beneficiario de su generosa amistad y, de su singularísima forma de ver y vivir la vida.

Nos hicimos amigos de una manera muy especial, cuando aspiraba a ser Contralor General de la República; fui a pedirle que votara por mi y fue el único que me dijo que no, porque tenía un compromiso con otro aspirante.

Le agradecí mucho esa sinceridad y le dije que para mí era el único voto cierto, pues, de los demás congresistas, jamás se podía saber, realmente, por quién votarían.

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Siendo ya Contralor, me fue a visitar un día a solicitarme un pequeño favor personal y me dijo:

«Soy el único que no te puede pedir un favor, pues me opuse a tu elección, pero aquí estoy de descarado».

De ahí surgió una gran amistad, que me llevó a ser cercano a su familia y por él tener grandes amigos en el Cesar.  En su casa tuve la más larga charla con Alfonso López Michelsen, amenizada con las anécdotas de Escalona y de Álvaro, que no sabría decir cuál era más graciosa.

Álvaro Araújo Noguera era un gocetas de la vida, un mamador de gallo puro y tenía una incomparable racionalidad para dar sencillos y acertados consejos.

Vivió como quiso, no como los otros querían que viviera.  Disfrutó hasta el último momento de su entorno y nos deparó a sus amigos inigualables momentos.  Lo recordaremos con alegría y una sonrisa en nuestra cara, cuando evoquemos su memoria.

A su familia, mi solidaridad en este triste momento. Aspiro a que, cuando se supere esta cuarentena, pueda abrazarlos personalmente y tener una larga charla contando sus anécdotas que,  sin duda, ameritan un gran libro, al cual le pondría: » Don jovial, siempre hizo lo que quiso »

Hasta pronto amigo.  En el más allá  debes estar en una gran tertulia con López y Escalona, sometidos a las correcciones de la Cacica.