Después de un mes de aislamiento vuelvo a leer un diario que empecé a escribir en los primeros días de cuarentena.

Nunca pensé que esto duraría tanto; más aún, llegué a escribir que podría ser más alharaca sobre una gripa emberracada, que sería utilizada por unos laboratorios farmacéuticos para enriquecerse y por unos políticos para hacer grandes negocios.

Al principio lo asumí como un retiro espiritual, para leer, hacer dieta y trasnocharme viendo Netflix. Me dediqué a especular sobre lo que sería para la economía este encierro y guardé mis tarjetas de crédito.

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Hoy, confieso, analizo distinto el panorama. Ya no especulo sobre temas globales. Debo decidir si cierro o reduzco sustancialmente algunas de mis pequeñas empresas; las cifras son catastróficas; la caja no da para mantener a todos mis empleados y soy incapaz de liquidarlos.

Los proveedores de insumos han subido escandalosamente sus producto; el transporte ni se diga; quienes me deben no pagan; los bancos exigen más requisitos que cuando no había pandemia; una cosa es lo que dice el gobierno y otra lo que hace la banca.

Los que vivimos del y para el campo, frente a la apertura total de importaciones, sabemos que con nuestros costos de producción no podemos competir con los productos agrícolas subsidiados de otros países. Nadie sembrará arroz, maíz y soya, para mencionar unos pocos.

¿Si nosotros estamos ya en estos momentos de desesperación, cómo estarán los que viven del empleo informal? ¿Los comerciantes al detal? ¿Ingenieros y arquitectos, con sus obras paradas? ¿Los hoteleros?

Esto de reinventarse de un día para otro, nos está quedando grande.

No me gusta escribir nada desesperanzador, soy por esencia un optimista impenitente y un mamador de gallo a la vida, pero, hoy me siento agobiado frente a esta realidad.

Considero a los gobernantes, que tampoco saben para dónde y hasta cuándo durará es infausto suceso.

Lo positivo, sin duda alguna, es que hemos entendido que la única riqueza es la salud y estamos dispuesto a todo para conservarla.

Ñapa: Nos duele el corazón a todos los Colombianos, ver el desfile de la carroza fúnebre sola, portando el cadáver del joven médico, que murió en ejercicio de su abnegada profesión. Para su familia debería haber una pensión vitalicia, por su sacrificio heroico.