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Este texto no será entendido por los menores de 40; voy a recordar hoy una hermosa costumbre que tuvo vigencia en mis años de juventud y que eventualmente practico aún, casi en la clandestinidad.

Para su cabal y satisfactoria práctica, se requería de por lo menos dos acompañantes, tres era lo soñado, 4 muchos y, uno, solo cuando se fuera profesional en esos menesteres.

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Se requería estar muy enamorado o muy entusado, para salir en búsqueda de esa cómplice compañía, con la cual, previo ensayo, nos lanzaríamos a desahogar en la calle nuestra pasión desenfrenada.

Es de advertir que, nadie se aventuró a ese inolvidable y maravilloso acto, sin tener unos tragos entre pecho y espalda.

Yo fui y soy, menos frecuente ahora, un adicto a esa práctica. Confieso, sin pudor alguno, con el riesgo de ser señalado como viejo pervertido, ser serenataadicto.

Para mí, dar serenatas es mi forma de expresar amor o desamor. Le dí serenata a cuanto balcón o ventana, en donde presumía estaba la causante de mis sentimientos. Esperé impaciente que se prendiera la luz o se asomara una cara, corriendo las cortinas.

Con el trío del «Gallo» Garcés, que era el único que me fiaba, le canté «muchacha bonita” a más de una suegra que, avergonzada, no se atrevía a salir a decirme que mi pretendida no estaba, que estaba en cine con otro. Las empleadas del servicio me amaban por las serenatas que se escucharon en ausencia de mi amada.

Quien me padece todavía, se acostumbró a mis serenatas; se sabe de memoria las canciones; además de Muchacha Bonita y Escapulario, creo que son las únicas letras que se sabe completamente.

Qué tiempos aquellos, cuando se ahorraba para dar serenatas. Cuando los siquiatras de la época se congregaban en sitios como «Aquí es Miguel», esperando «pacientes» para sanarlos, con letras de canciones que interpretaran sus sentimientos de amor o de dolor.

Durante esta cuarentena han salido mariachis y músicos a dar serenatas en las calles. Ojalá se volviera a implantar esa bella costumbre y podernos despertar nuevamente con la serenata que le dan a la vecina, en lugar de despertarnos con bala o con la sirena de una ambulancia.

No faltará quien meta una tutela por perturbar su sueño.

Ñapa: La pandemia ha sido tan grave que, hace poco le di una serenata a mi sufrida compañera, cantada por mí y al ritmo de mi guitarra. No pasó desapercibida; desde esa noche llueve sin cesar.

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