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Sin duda, si algo ha sido positivo de la pandemia, es el destape de la muerte que, en el mundo occidental, nos propusimos esconder pensando que así no llegaría.

Tan natural como nacer es morir. En siglos pasados, el hombre convivía con la muerte; sin tapujos. Las enfermedades y las guerras, que son sinónimo de muerte, eran percibidos por los niños y adultos como cosas normales.

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La denominada pomposamente civilización occidental resolvió ocultarla, después de la segunda guerra mundial. Las funerarias deben tapar los ataúdes y los ritos funerarios son, por lo general, hechos en lugares aparte, construidos para eso. Los velorios en las casas desaparecieron.

En culturas judeocristianas, como la nuestra, la muerte se concibe como un castigo, por el pecado original; castigo que también se aplica a los animales y a todos los demás seres vivos, que no tuvieron nada que ver con la manzana de Eva y la culebra de Adán.

En culturas orientales, el paso de la vida a la muerte es algo natural; es un trascender para algunos; para otros, un cambio de cuerpo para reencarnar.

El resumen diario de muertos que publica el gobierno, ha servido para que volvamos a hablar sobre la muerte, como parte inexorable de la existencia.

Los niños y jóvenes ya se cuestionan sobre ella. Los mayores somos conscientes de que debemos hacer sacrificios de algunos servicios de salud, cuando se deba escoger entre un joven y un viejo.

El indudable dolor que nos implica la privación del goce de nuestros seres queridos se hace más llevadero cuando tenemos claro que nacimos para morir.

La exposición de la muerte por la pandemia nos ha vuelto más conscientes de nuestra responsabilidad con la salud colectiva y de la importancia que tienen los que se dedican a curar y tratar enfermedades.

Ahora entendemos que es injusto el salario de los trabajadores de la salud, comparado con los de otros cargos públicos.

La incineración de los cuerpos de los fallecidos por el virus y su casi nulo ritual funerario nos ha despertado y hecho entender que, muchas de nuestras costumbres están llamadas a desaparecer.

Nos morimos y punto; de lo que hay más allá no sabemos. Todo es especulación y mitos religiosos. Por eso debemos entender que la vida es hoy; que a los que queremos les debemos hacer saber en vida nuestro aprecio; que mañana, así como podemos vivir podemos morir y lo imperdonable es no tener conciencia de eso.

Si queremos no tener remordimientos, debemos hacer sentir en vida la importancia y el cariño que profesamos por familiares y amigos; no esperar que se hayan ido. Los homenajes post morten son una cínica contricción de conciencia de las sociedades arrepentidas de no haberlos hecho en vida.

Como dijo el Poeta:

No son los muertos los que en dulce calma la paz disfrutan de la tumba fría,
muertos son los que tienen muerta el alma y viven todavía.

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