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Para pensar la nueva escuela

La vida de la escuela transcurría de manera tranquila, cada día se llegaba al aula y se desarrollaba la práctica pedagógica de manera normal; de repente un virus minúsculo, invisible pero letal irrumpió en nuestra tranquilidad y obligó de manera abrupta asumir una dinámica pedagógica a la que no estábamos acostumbrados.

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La primera reacción en medio del asombro, la incertidumbre y el temor fue tratar de responder con los recursos y medios que teníamos a nuestro alcance. Esto desnudó una serie de realidades que nos resistíamos aceptar.

Una de las primeras realidades que esta emergencia develó fue que, aunque la vida es dialéctica y cambiante no teníamos una educación desde la incertidumbre. Estábamos tan acostumbrados a una cierta “normalidad” a la que nos acomodamos de manera rutinaria. Hemos querido invisibilizar el caos, anular el conflicto desconociendo que, en la medida en que no se asuman generan una situación problemática en la vida de las personas.

Es necesario reconocer que los maestros y maestras, con actitud valerosa y firme respondieron a este momento de ruptura y desacomodo. Nadie estaba preparado y menos la escuela, pero la entrega, compromiso y vocación de maestros y maestras hizo que se pudiera asumir el momento, y poco a poco se están generando ajustes y transformaciones para responder cada día de manera pertinente a la realidad de sus contextos. Para muchos es fácil lanzar un juicio sobre las falencias y dificultades que la escuela evidenció, pero cómo nos cuesta reconocer que el quehacer de maestros y maestras adquiere hoy un papel trascendente e importante, no por su dimensión epistemológica, sino por su trabajo con sentido de humanidad, por alimentar la esperanza. Es decir, que hoy la pedagogía adquiere su relevancia en el acompañamiento dialógico, humanitario fundado en el amor y el cuidado. Junto al personal médico, los maestros tienen hoy una profunda responsabilidad, porque los médicos están protegiendo, cuidando y salvando vidas; y los maestros y maestras están salvando la humanidad con su palabra pedagógica siempre creadora, sensible llena de proximidad.

En estos momentos, después de cinco meses, estamos pasando y asumiendo el momento sorpresivo; las universidades terminaron el semestre y se preparan para iniciar uno nuevo. Algunos colegios terminaron el año escolar (calendario B) y graduaron a sus bachilleres; otros (calendario A) están en la mitad del año, preparándose para afrontar la otra mitad. Durante, este tiempo se ha suscitado una discusión acerca del retorno a clases presenciales; el Ministerio de Educación ha propuesto un modelo de alternancia, el cual presenta dificultades para su implementación en la mayoría de las instituciones públicas y privadas. Todos coincidimos en la importancia de la presencialidad y si las condiciones fueran las idóneas, seguramente ya estaríamos en las aulas desarrollando nuestra praxis pedagógica de manera presencial. Sin embargo, en este momento no hay condiciones para este retorno.

Ante la propuesta de alternancia se hace necesario indicar que pareciera que el problema es únicamente de protocolos de bioseguridad. Lógicamente esta es una preocupación que no se puede ignorar, pero la escuela no puede quedarse únicamente en protocolos técnicos, sino que debe considerar profundamente la dimensión política, ética y pedagógica, es decir, que no se puede analizar el retorno a clases presenciales de manera simplista. Esta es una preocupación compleja que exige que se revisen las condiciones para el cuidado de la vida unida a las condiciones pedagógicas y sociales para el ejercicio de su praxis escolar. Por eso, es menester preguntarse ¿Cuáles son los criterios que debe considerar la escuela para el desarrollo de la praxis pedagógica en los procesos de retorno a clases presenciales? Esto sugiere, que poco a poco que vamos asumiendo esta pandemia de manera sosegada, se vaya pensando en la pertinencia del currículo actual, los procesos evaluativos, las interacciones en la escuela y las dinámicas relacionales. Incluso, cuánto tiempo nos tomará un retorno total, es decir, cuánto tiempo demorará encontramos, nuevamente todos en la escuela.

Me inquieta que solo se piense en procesos técnicos de bioseguridad, obviando una reflexión sobre la acción pedagógica, por lo que deseo provocar una dialogo abierto, respetuosos y fraterno, preguntando y suscitando un debate en torno a ¿cuál es la idea de escuela que se debe pensar para el ejercicio de la praxis pedagógica después de la pandemia?

Para iniciar esta reflexión deseo proponer 10 desafíos para pensar una nueva escuela:

1. Pasar de la asistencia a la existencia.
2. Pasar del activismo a la praxis.
3. Pasar de las certezas a las incertidumbres
4. Pasar de las enseñanzas a los aprendizajes.
5. Pasar de la fragmentación a la integralidad.
6. Pasar de la calificación a la evaluación.
7. Pasar de la heteronomía a la autonomía
8. Pasar de las respuestas a las preguntas
9. Pasar de la tarea a la vida.
10. Pasar de la competencia a la proximidad

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