El confinamiento obligatorio nos ha modificado la vida y aquellas cosas que realizabamos  cotidianamente.
De la noche a la mañana un pequeñisimo ser invisible a la vista nos cambió la dinámica en la que estabamos inmersos. Muchos extrañamos algunas de esas cosas que realizabamos, y expresan este anhelo diciendo que, desean que todo vuelva a la normalidad.
Esto me ha llevado a preguntarme ¿de qué normalidad estamos hablando? La gran filósofa Hannan Arendt, en una de sus obras donde trata el Juicio en Jerusalem sobre el líder Nazi Adolf Eichamn, lanza su profundo discurso sobre la ‘Banalidad del mal’ .

Es este texto, uno de los elementos que me llama la atención es que Arendt manifiesta que Eichamn no es un mostruo, ni una persona mentalmente enferma, que este lider Nazi responsable de muchas muertes de Judios en los campos de concentración era un hombre «normal». Un hombre que suspendió toda reflexión crítica sobre los actos que realizaba, que lo llevó a una normalidad que excluye, violenta y mata como un deber moral que cumplir.

Si miramos nuestra cotidianidad, observamos una serie de acciones que realizamos de manera autómata, mecánica, que se hacen sin reflexión, ni análisis. Entonces, se empiezan a legitimar acciones que por costumbre se van incrustando en la dinámica de vida y que empezamos a catologar de normal, y sobre esta lógica construimos la idea de bondad con la que debemos actuar.

La verdad, cuando pase esto no quiero volver a la normalidad que legitima y permite la violencia de mujeres, niños y niñas. No quiero volver a esa sociedad que volvió normal la exclusión, la injusticia y la pobreza. No quiero volver a esa sociedad normalizada que hizo paisaje los niños en la calle y sin escuela. Que asume como normal el asesinato de líderes sociales y la corrupción política. Temo volver a una normalidad social donde reina la apatía ciudadana.

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Prefiero una sociedad de anormales, de esas personas que gozan de una locura transformadora y que tienen en sus corazones una terca esperanza de un mañana mejor.

Cuando acabe esto quiero una sociedad de anormales, de esos que aman con pasión. Esos que por encima de las divisiones de una sociedad normalizada ven seres humanos que merecen nuestro cuidado y respeto. Quiero volver a una sociedad de anormales que sueñan con la justicia, que reconocen en la diferencia la mayor fortaleza. Quiero una sociedad tan anormal donde las persona no sean instrumentos serviles del capital, sino seres humanos dignos que realizan sus sueños junto a los que ama. Quiero una sociedad tan anormal que reconozca y fortalezca su comunión recíproca con el entorno y pueda establecer una relación simétrica y de cuidado con la tierra y los seres sintientes que en ella habitan.

Quiero una sociedad tan anormal que la gente se ame sin temor a ser rechazada. Que el amor se exprese libre sin censura. Pero sobre todo quiero una escuela tan anormal donde lo que importe sea la vida y no las calificaciones. Donde los aprendizajes sean más valiosos que los contenidos. Una escuela tan anormal y colorida que rompa los muros que dividen a las personas entre buenos y malos.

No quiero volver a la normalidad que excluye y violenta. Quiero una sociedad anormal que practique la justicia en especial con aquellos que sufren la exclusión y la pobreza.