Por: GUSTAVO ÁLVAREZ GARDEAZÁBAL
Conocí a Herney Gómez cuando hacía mis primeros pasos como concejal de Tuluá. El estaba junto a Balcázar, en el bando contrario de donde yo arrimaba al lado del inolvidable senador y personaje de mi novela Ignacio Cruz Roldán. Las diferencias se fueron reduciendo con el paso de los años y terminamos teniendo una amistad por encima de los distintos pensamientos y actitudes que teníamos frente a la vida.
Al final de su existencia, cuando vino a despedirse porque se iba a Cuba en busca del alacrán azul que le curara su cáncer, hablamos de hasta dónde había llegado su idea primigenia y cuántos resultados exitosos había conseguido usando la conciliación.
Herney fue de los primero chanceros que hubo en el Valle y en la época que eso resultaba un negocio mal visto, porque era de apostadores, él lo fue moldeando con paciencia y decencia para convertirlo en una empresa que otros muchos imitaron o se asociaron con él para engrandecerla y modernizarla.
Cuando fui gobernador y la batalla entre chanceros de la capital con los de los pueblos amenazaba con volverse una guerra miserable, conté con él y logramos establecer un pacto de entendimiento entre todos los actores, el que se vigorizó con el paso del tiempo hasta conformar la gran empresa que, hoy bajo la conducción de su hijo, ha logrado aunar en una sola el tránsito de arrancar vendiendo chance para transformarse en empresa de giros y servicios con gran solvencia, y ahora, casi al tiempo, a administrar el Baloto y a ser los corresponsales de Wester Union.
En todos las ciudades, pueblos y veredas de Colombia existe un Supergiros y a su lado un vendedor de chance y desde el 25 de mayo un puesto para jugar Baloto y otro para recibir giros y remesas de tantos colombianos de la diáspora.
Poder haber sido testigo de su evolución. Poder haber ayudado a saltar los matojos y, sobre todo haber sido oído en mis apreciaciones para evitar los malos pasos, me hace sentirme tan satisfecho como deberían estar hoy en día Herney Gomez, mi antiguo compañero en el Concejo Municipal de Tuluá, y el batallón de emprendedores provincianos que creyeron en el negocio y pudieron proyectarse en bloque mes a mes, año tras año en una empresa que llega a su madurez ante los ojos de todos y la gratitud de tantos, tantísimos vendedores de chance de la Guajira a Ipiales, de Puerto Carreño a Nuquí, que la convirtieron en su sustento diario.