La salud mental históricamente ha sido una de las más profundas heridas en Latinoamérica. Más allá de un constante sentimiento de lucha para alcanzar la felicidad, para realizarse, a pesar de una condición socioeconómica compleja por parte de nuestros gobiernos y administraciones públicas, la salud mental ha quedado rezagada como una parte de la salud que puede quedar en segundo plano.
De esta manera, llegamos a una pandemia mucho más grande que la provocada por la Covid, donde la depresión es la reina en la era de la nostalgia. De acuerdo con estimaciones de la Organización Mundial de la Salud, cada 40 segundos ocurre una muerte por suicidio a lo largo del mundo, y por cada una de estas pérdidas prevenibles, ocurren entre 15 y 25 intentos que no fueron consumados.
Para aumentar la preocupación sobre estas alarmantes cifras, se considera que los países en vías de desarrollo tenemos más probabilidad de presentar este tipo de fatales desenlaces, especialmente en nuestros jóvenes, quienes pertenecen al principal grupo etario afectado por esta situación. Pero ¿Qué es la salud mental? un área de la medicina que clásicamente se ha relacionado con una infinidad de mitos como “la debilidad emocional” o asociaciones mágico-religiosas con entidades sobrenaturales que desean ver al ser humano caer, se ha estigmatizado el bienestar.
Aún peor, tras la idea competitiva que se nos inculca desde la infancia en las escuelas, y hasta una vida laboral donde la producción en cantidad, pero no en calidad, dominan el sentido de realización que tenemos las personas, nos hacen vivir en una constante visión errónea del mundo, donde la exigencia sobre nosotros mismos va más allá del sentido de protección y crecimiento individual y colectivo.
La depresión se caracteriza predominantemente por un estado de ánimo triste, que se presenta durante la mayor parte del día y que se mantiene casi toda la semana; además, casi siempre se acompaña de la pérdida del gusto por cosas que nos generaba placer realizar. Estos datos cardinales, acompañados de un sueño no reparador, cambios en el apetito y el peso, disminución en la concentración y en la memoria, son síntomas que pueden pasar desapercibido a lo largo de años.
No es raro encontrar a personas que cursan con un trastorno depresivo mayor siendo funcionales y sonriendo por las calles. Sin embargo, la pobre calidad de vida de los individuos con depresión es algo simplemente innegable. Finalmente, el miedo a acudir con un profesional de la salud, que ha invertido años en el estudio del funcionamiento del cuerpo y la mente humana, muchas veces genera una mayor desconfianza popular, que remedios caseros o simplemente el ignorar el problema.
Éste es un llamado a actuar frente al sufrimiento humano. Aprender a reconocer nuestras emociones es el primer paso que debemos de dar, especialmente los hombres que creemos que mostrar nuestras emociones y sentimientos es un rasgo de debilidad y vulnerabilidad. Éste, es un llamado para cuidarnos entre todos, para ser una comunidad más fuerte, más incluyente, menos prejuiciosa, donde los juicios hacia otra persona sean escasas, pero no tan escasas como los juicios que realizamos sobre nosotros mismos.
Seamos amables con nuestra propia mente y veamos a la depresión como un problema sobre el cual hay que prevenir y actuar mientras aún haya tiempo para hacerlo.