La crisis de credibilidad por la que estamos pasando que hace renegar de todo y pensar que todo es malo, nos está llevando a la desesperación y al caos social. Basta con leer las encuestas y comprobar nuestro absoluto pesimismo colectivo.

Preguntas cómo qué se opina sobre la cobertura de la educación en Colombia; solo el 15% piensa que es buena, cuando la realidad es que la cobertura es del 96%; en las ciudades del 99%; no se cree en la Iglesia, en los policías, en la justicia, en la salud, ni en los medios de comunicación. Se piensa que todo lo que hay es pésimo.

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Lo anterior va acompañado con los cismas de las conspiraciones. Todo lo que sucede es un montaje planeado por fuerzas oscuras que se tratan de apoderar del mundo. Resulta divertido analizar esos supuestos entramados.

Veamos uno de los últimos: La compra de Gilinski de una parte de unas empresas antioqueñas, se ve con la óptica de varias conspiraciones. Unos la ven como una jugada de Duque para agradecer el apoyo de SEMANA a Uribe y al gobierno; otros, con Uribe a la cabeza, dicen que es una jugada del alcalde izquierdista de Medellín, contra el sacrosanto Sindicato Antioqueño; otros llegan a decir que Petro y los alcaldes izquierdistas, siguiendo órdenes de Soros y el foro de Sao Paulo, se confabularon para acabar con la antioqueñidad; otra, que Gilinski apoya a Petro, aunque Semana le da duro.

Todo es absurdo; se trata de una inversión de 3.5 billones de pesos, que impulsará el desarrollo regional, que benefició a quienes no recibían casi nada de dividendos y naturalmente a los compradores de las subvaloradas acciones. Un negocio bursátil de los que a diario se hacen en todo el planeta.

Todo ahora es así; nadie cree en nadie y, por eso, el populismo y el anarquismo está a punto de llegar al poder. Cuando una sociedad va por este camino no hay poder humano que evite este seguro gran descalabro.

Si alguien duda sobre esto, simplemente mire la feria de candidatos que coadyuban este despropósito electoral, dejándose imponer el axioma de «divide y vencerás». Hasta el más estúpido lo sabe, menos los ególatras candidatos.

Ñapa: ¿Cuántos votos saca en consulta nuestra «cara de virgen de iglesia pobre», Ingrid Betancourt? La capacidad de hacer el ridículo político no tiene límites.