Por: William Fredy Palta
Gratitud a los maestros
El 16 de marzo de 2020 se anunciaba la emergencia sanitaria a causa de la covid-19, situación que generó un confinamiento que afectó las dinámicas sociales. Muchas empresas, fábricas, negocios cerraron, otras diversificaron sus prácticas para poder resistir a la crisis que se estaba atravesando. Lógicamente las escuelas y universidades cerraron sus campus obligando a asumir retos en términos logísticos, pedagógicos y didácticos. Los maestros recurrieron a su inteligencia creadora, a su capacidad de innovación y a su actitud para arriesgarse a buscar nuevas formas para responder a la exigencia que la pandemia imponía. Sin duda, los maestros se reinventaron, y a través de plataformas mantuvieron viva la educación. La escuela nunca cerró, porque siempre habitó en el encuentro pedagógico y permanente que los maestros y maestras proponían. A pesar de lo reducido de la capacidad técnica con la que se contaba, y a pesar de que se abudinearon los recursos para conectarse, los maestros sacaron lo mejor de sí y lo pusieron al servicio de la vida. Mientras el personal médico con las enfermeras y todo el sistema de salud luchaba en los hospitales contra la muerte, los maestros mantenían una batalla para conservar con vida la humanidad. Los maestros luchaban incansable y titánicamente para mantener viva la esperanza y el futuro del pueblo.
No faltaron críticas a los maestros y maestras, no faltaron las voces que los calificaban como anacrónicos y analfabetas digitales. Muchos en casa criticaban las didácticas y muchos se creyeron expertos en pedagogía, aunque nunca se han arriesgado a comprender el complejo mundo de la educación. Pero ante la critica mordaz, los maestros y maestras sacaron su talante, resistieron y mantuvieron viva la escuela, es decir, mantuvieron viva la esperanza, los sueños y los anhelos que habitan en el corazón de los niños, niñas, adolescentes y jóvenes. Desde la educación inicial hasta los doctorados, la escuela fue un espacio siempre presente, vinculando a la humanidad consigo mismo y con su entorno, donde el encuentro pedagógico siempre fue alegre, lleno de vitalidad, de aprendizaje y de sensibilidad por el cuidado y el respeto de la vida. La escuela en pandemia estuvo más abierta que nunca, porque comprendió que su quehacer trasciende los muros de un lugar y se instala en el corazón del encuentro pedagógico, vital y amoroso que se construye en la relación simétrica, democrática y respetuosa que se da en el vínculo maestro-estudiante. Y allí en ese encuentro vital la escuela comprendió su trascendencia e importancia.
Esto nos hace reconocer que la sociedad no gira en torno a la producción, ni a las empresas, sino que su corazón es la escuela. Si la escuela cierra la sociedad se frena, pero sobre todo se aniquila el presente y el futuro de una nación.
Por eso hoy después de dos años, donde regresamos a la presencialidad absoluta, no es solo un retorno, no es solo un volver a un lugar, sino que es la posibilidad de recuperar en la cercanía corporal, los encuentros vitales llenos de ocio para la comprensión de los sentidos de vida. La escuela hoy tiene más sentido que nunca, porque es el llamado a reparar los corazones tristes por la pérdida de tantos seres queridos, es animar los rostros tristes causados por el miedo, es reconciliar con la vida esas almas distantes por el distanciamiento y la lejanía. El calor humano, ese que es capaz de calentar los corazones más fríos, encuentra su espacio en la escuela como el ritual por excelencia que nos vincula amorosamente con la vida en todas sus manifestaciones. Es decir, la escuela es importante no por la cantidad de contenidos con los que se puede llenar la cabeza, sino que es importante porque transforma los corazones y permite el encuentro vital que favorece la construcción de ciudadanía responsable, activa y participativa, así como se constituye en la posibilidad para fortalecer la emocionalidad en un país que busca superar años de confrontación, división y odios. La escuela es un espacio para amar, donde emergen nuevas estéticas cognitivas que dan lugar a saberes cada vez más coloridos, alternativos y vitales. Es por esta razón que la escuela existe, para brindar horizontes de sentido, y esto hace necesario el retorno a la presencialidad de los niños, niñas, adolescentes y jóvenes, para encontrarnos y reconciliarnos con la vida. La pandemia nos enseñó lo importante de las relaciones, de la incertidumbre y de la esperanza. Es hora de hacer realidad esos aprendizajes, y para esto volvemos, para seguir construyendo un mejor país y una mejor humanidad. Hoy agradezco a los maestros, porque su praxis ha sido un regalo del cielo. Qué grandiosa labor la que han realizado en estos dos años de confinamiento y de alternancia, porque han mantenido encendida esa luz que irradia horizontes de sentido. Gracias a los maestros y maestras porque llegaron a cada rincón de nuestro territorio, incluso los más lejanos y olvidados, venciendo los miedos, la enfermedad y la muerte para animar la esperanza que habita en el corazón de sus estudiantes. Hoy más que nunca hemos comprendido que un pueblo sin esperanza es un pueblo sin mañana. Es decir, que un pueblo sin maestros es un pueblo sin futuro. Gracias, a todos y todas, que en este 2022 abren sus puertas y disponen sus corazones con alegría para recibir a sus estudiantes permitiendo que ellos encuentren razones llenas de esperanza para seguir trabajando por su futuro.
Solo espero que el Estado pueda ofrecer las garantías para que la labor pedagógica se siga manteniendo con respeto y dignidad y así forjar la paz anhelada.