POR: WILLIAN FREDY PALTA
Y Caín sigue matando a Abel.
Hace unos días la atención del país se concentraba en el caso del asesinato de un reconocido estilista y su señora madre, a manos de su hermano, por cierto, nada leal, aunque este sea su apellido. Centró tanto la atención, que sus audiencias de imputación de cargos y medida de aseguramiento se convirtieron en un espectáculo donde algunos querían aprovechar lo mediático para ganar popularidad y fama. Se repetía, entonces, el caso de Caín matando a Abel movido por la codicia, la envidia y la ambición. Tristemente, este caso que ha dado mucho de que hablar, no es una excepción, no es el único que pasa en nuestro país, y se hace necesario apagar las cámaras de los realities para descubrir que la codicia sigue llevándonos a una confrontación fratricida que no hemos podido superar.
Cuando las luces y las cámaras se enfocaban en el caso de los hermanos Leal, eran asesinados de manera cruel lideres y lideresas sociales, incluso un niño ambientalista perteneciente a una comunidad indígena. Los índices de homicidios y feminicidio crecen severamente, constituyéndose la violencia como la mayor pandemia que padecemos desde hace más de seis décadas. Se evidencia, pues, que la codicia es el virus más letal incrustado en el corazón humano. Esta es la raíz de la ruptura de las relaciones. La Codicia es la causa de donde se desprende la ambición por la riqueza, la fama y el poder por la que las personas están dispuestas a matar, incluso a quienes les han tendido la mano y a quienes les han tratado con amor. La codicia enceguece a tal punto que nos hace olvidar la lealtad, la amistad y la familiaridad. Nos lleva a invertir los valores y poner la atención en la acumulación y en la riqueza material, bien decía el maestro de Galilea “donde está tu riqueza, está tu corazón”.
Ante esta realidad cabe la pregunta: ¿existe una vacuna contra la codicia? Creo que sí, el amor, la sencillez, la humildad son antídotos contra la codicia que nos permiten vivir en comunidad. Solo se requiere de la disposición para salir del individualismo exacerbado que nos ha llevado a concentrarnos en el consumo y la acumulación como las fuentes de la felicidad. En el pasaje bíblico de Caín y Abel, Dios pregunta a Caín: “¿Dónde está tu hermano?” Y en esta pregunta nos regala la clave para superar esta ola de violencia, volver a preocuparnos por los demás, volver la mirada ante quienes padecen y están en situación de vulnerabilidad, es el llamado a una ética del cuidado y la responsabilidad por la vida en todas las manifestaciones. Es el cuidado por la hermana naturaleza, el hermano rio, el hermano lobo, el hermano sol y la hermana luna, y con esta comunidad de hermanos, por la hermana humanidad, esta es la vacuna contra la codicia que asesina y divide, esta vacuna se llama proximidad.
Hoy ante el alto número de muertes se hace necesario volver a preguntarse ¿Dónde está mi hermano?, ¿Dónde está mi hermana? Nuestra consciencia no puede descansar en paz, cuando millones de seres humanos experimentan la pobreza, el hambre y la exclusión. Cuando los niños y niñas siguen siendo abusados y violentados. Nuestra consciencia no puede seguir tranquila, cuando Caín sigue encarnándose en quienes por mantener la riqueza o el poder minimizan el valor de la vida. Muchos ante esto, quisieran responder como Caín: “¿Quién me ha hecho responsable de mi hermano?”, es decir, buscar una excusa que exonere de la responsabilidad del cuidado y el respeto por mantener la hermandad cósmica, humana y social. Pero lo cierto es que no podemos evadir la responsabilidad, porque el cuidado por el otro es el cuidado por uno mismo. No podemos quedarnos inmóviles ante la urgencia social de restaurar las relaciones y comprometernos en el cuidado mutuo. Es necesario señalar que esta tarea es una responsabilidad política, que nos obliga a vivir juntos, a vivir en comunidad, a hacernos responsable de la vida. Una política electoral que pone los votos por encima de la vida es una política necrófila que debe ser erradicada. La política es ante todo el cuidado de la vida humana, animal, vegetal. Es la responsabilidad por buscar las mediaciones fácticas para que la vida sea posible. Los discursos que encarnan engaños, que son populismos jurídicos, que lo que buscan es confundir o exacerbar emociones para llenar de rabia y confusión a la población son discursos de muerte que engendran un nuevo Caín. Por lo tanto, una política que instrumentaliza la vida para conservar el poder es un peligro del que debemos estar atentos.