SANTIAGO VADILLO

Por: SANTIAGO VADILLO

En las guerras se dirimen cuestiones absolutamente ajenas a la población. Existen bandos, aliados, potencias, que discuten en pos de un vencedor, si es que existen vencedores en los conflictos bélicos.

Y dentro de los conflictos armados, tan recogidos por la literatura, los recientes sucesos en Ucrania, me invitaron a pensar como nada se aprende, observo sistemas jurídicos y de seguridad supranacionales fallidos.
Inevitable no ver la postal de niños desplazados de sus lugares, reflexiono sobre cual sera la mirada de ellos ante semejante atrocidad, e inexorablemente ello siempre me remite a Ana Frank, a lo que ella vio, a lo que sintió, a lo que nos sigue contando desde su diario.

Anuncio

El libro del que hoy quería hablar nos cuenta la sin razón de la historia de la segunda guerra mundial desde la óptica de una adolescente judía, la cual ve caer su mundo por el simple hecho de profesar una determinada religión, sumado a que los poderosos, los que dirigen el mundo decidieron demostrar su poder mediante las armas, siempre con el fin de obtener mas dinero, ya que atrás de cada guerra, de cada bravuconada nacionalista, de cada reivindicación de bandera se esconde la ambición por el dinero y el poder.
La historia de Ana Frank resulta a mi entender uno de los testimonios mas universales que nos han llegado respecto de las atrocidades cometidas en la Segunda Guerra Mundial, dejando su testimonio plasmado en su diario.

No es un relato periodístico de un día a día, es saberse de pronto inmersa en la nada de no tener futuro, la angustia de un presente endeble que resbala hacia el abismo del horror y a su vez se eterniza en un presente inmóvil, silencioso como la muerte misma.
Todo vestigio de vida detenido por la mano terrible del odio y la sin razón. Ese sentir tan hiriente debería ser universal cuando la guerra da su estocada asesina , lo cual presiento que se repite en esta guerra actual y sus desoladas víctimas, ¿qué niña en aquella, en ésta, en todas las guerras no despertó temblando, atónita con el terror en las calles y sus casas?.
Y como Ana, sus ojos solo tendrán un retazo de árbol verde y naciente, la esperanza tan harapienta e improbable, que le da un mínimo e íntimo respiro a su desazón.

Ana Frank era una de los cientos de miles de niños judios que murieron en el holocausto, naciendo en Frankfurt, Alemania en 1929 y huyendo con su familia a Holanda después de la toma del poder por los Nazis en 1933.
Los Alemanes ocuparon Amsterdam en mayo de 1940. En Julio de 1942 cuando Alemania comenzó la deportación de los judios de Holanda a los campos de extermino, Ana y su familia decidieron esconderse en la parte trasera de la fábrica propiedad del padre de Ana.
Al cumplir los 13 años el 12 de junio de 1942 Ana recibe como regalo el diario donde escribe sus memorias diarias.
Ana Frank nos cuenta en su diario al que bautizo «Kiki» las experiencias del último tiempo que vivió en su casa de Amsterdam donde se hallaba escondida junto a su familia, hasta que fuera capturada por fuerzas de ocupación Nazi.

Mas allá del valor literario, resulta un excelente documento histórico, donde las privaciones que conlleva una invasión son narradas por una adolescente en primera persona.
Describe con maestría las emociones a las que se enfrenta con su incipiente adolescencia, cuando el temor envuelve sus días. Nos cuenta su rutina, los conflictos que mantiene con su familia y con aquellos que comparte el escondite y siempre el terror de ser hallada envolviendo todo.
Impacta en todas sus páginas la ingenua sabiduría con la que palabra a palabra nos convoca a reflexionar sobre cuestiones tan profundas como la discriminación, el genocidio, la libre determinación de los pueblos, el rol de los niños en la sociedad entre muchos otros.

Imposible terminar su lectura sin que la angustia nos invada.
El diario no fue encontrado por los agentes de la SS que irrumpieron en el escondite tras un llamado de un vecino. Fue hallado días después por una de las cuidadoras que mantenía relación con la familia facilitándole las provisiones durante el encierro. Una vez terminada la guerra, le fue entregado al padre de Ana Frank, único sobreviviente. Al leerlo entendió que había una faceta de su hija que no había conocido, y sintió la necesidad de darlo a conocer y divulgar su testimonio.
El lugar donde sucedieron los hechos se ubica en la ciudad de Amsterdam en la calle Prinsengracht 263-267 siendo hoy día un centro de peregrinaje y testimonio de lo atroz de la guerra.