NOS LLEGÓ LA HORA

En cada elección los colombianos esperamos que llegue, por fin, un cambio sustantivo sobre todos los asuntos que más nos afectan negativamente como sociedad. Una vez pasan las elecciones, escuchamos quejarse hasta los mas fervientes auspiciadores del triunfo de quien nos gobierna. Para que esto suceda pasa un tiempo de espera y valoración, lo que se conoce, porque así lo llama la prensa: la luna de miel. En esta etapa el congreso le hace pasito, obran con espíritu de cuerpo, actúan como si todos fuesen del gobierno, evitando recordar siquiera que algunos no votaron por el ungido; las bancadas que fueron premiadas por su lealtad electoral podrán hacer parte del gobierno en sus primeros niveles, si así fuese, lo defenderán con un cuchillo entre los dientes; los que aun no han sido llamados o están insatisfechos con su representación gubernamental, reptaran por palacio babeando de ansiedad cada que se topen con el ministro o funcionario encargado del computador, aquel que contiene el programa de Excel ordenador de la milimetría burocrática: una disciplina primorosamente cultivada a la “sombra” de nuestra democracia de papel.

El pueblo por su parte expresará su inconformidad mientras hace fila para pagar los servicios públicos recién ajustados o cuando se mete la mano al bolsillo para pagar el mercado; estas endémicas circunstancias le permiten penosamente ganar claridad política, y convertirse súbitamente en un agudo crítico y analista de la cosa pública. ¡El pueblo siempre tiene la razón exclaman los demagogos! salvo cuando vota… porfiaría un estudiante.

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Esta pareciera ser la película repetida de la Colombia electoral, solo cambian cada cuatro años los protagonistas principales, ustedes dirán, pero si el actor principal es el pueblo en una democracia, claro, pero en la nuestra que tan solo es de fachada, los protagonistas son los políticos, quienes la mayoría de las veces consiguen sus propósitos gracias, al respaldo obligado que le prodigan sus estructuras clientelares pagadas por el Estado, más los ingentes recursos que también le peluquean, algunos, más osados,  para asegurar y ampliar su poderío en otras latitudes, reciben generosas y envenenadas contribuciones de la delincuencia, signando así una alianza de muerte y podredumbre.

Pero bien, gracias al acuerdo de paz que nos sacó de la lógica de la guerra, así sigamos en ella, nos mostró el país que debíamos entre todos cambiar. Alteró el orden impuesto de las prioridades nacionales establecidas por el uribismo cimentado en la guerra como única salida, mientras se dedicaba a saquear el país y a empobrecerlo moral e institucionalmente. El segundo ingrediente que hace que esta coyuntura sea excepcional, es el deplorable y mefítico periodo de Iván Duque. Colombia tiene una amplia galería de malos presidentes, pero este se llevó las palmas: Tan malvado y corrupto con el de su mentor, tan frívolo o más que el de Pastrana, tan politiquero como el de Turbay, en fin… Solo será recordado por la proeza de haber contribuido eficazmente al derrumbe del mafioso régimen uribista.

El cambio es ahora o nunca, se precisa de otro congreso, de otra justicia, de otros dirigentes, de otra orientación económica, de otra historia. ¿Acaso no hay que pegarle un timonazo a este país empobrecido, violentado, degradado?  ¿Acaso los que han arruinado en todas sus formas constituyen la solución? EN ABSOLUTO. Nunca como hoy tu voto libre será la clave para ponerle fin a este desastre.