Gardeazabal

Por: GUSTAVO ALVAREZ GARDEAZÁBAL

Aunque en ninguna de las tantas encuestas que hacen por estos días se presenta a la corrupción como uno de los graves problemas que azota al país, el vertiginoso paso de los días por entre medio de la nebulosa que creó en todos los ámbitos la ambición de ganarse una platica adicional, terminó por dejarnos groguis e insensibles a sus efectos. Quizás allí resida el poder de la corrupción. Que nos acostumbramos a ella. Que la toleramos. Que hace parte de cualquier gestión y es tenida en cuenta en la vida privada y en la pública como parte de todos los presupuestos. El hecho simple de llevarse la mano al bolsillo para poder saltarse la expedición del comparendo que impone un policía es igual a las costumbres adquiridas por todos los que se preparan en las controvertidas escuelas policiales para ganarse una platica adicional haciéndose el sordo o el ciego, pero saltándose de alguna manera la ley.

Y así como esa sencilla y barata manera de confiar en la corrupción para obviar el problema se da por descontado en todo retén, hay miles de formas más de saciar la ambición y mientras más rápido, mejor. Somos un pueblo guaquero que quiere ganarse la lotería, encontrar el tesoro escondido o hacerle el esguince a la norma para que resulte rentable hacer creer que se ha trabajado honradamente. Por estos días, cuando se alistan los engranajes para comprar y vender los votos en las elecciones.

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Cuando se descubren más y más entramados de cómo las cooperativas de contratistas, disfrazadas todavía de partidos políticos, ordeñan las tetas del estado, ni nos sorprendemos ni batallamos por un cambio de pensamiento ni nos ingeniamos una opción diferente a la de recibir la bolsa de los dineros en una chuspa plástica como comisión por ejercer el poder, por dar una firma, por autorizar un turno o por conseguir poderse saltar la fila. Poco a poco entonces cabalgando en la corrupción como cualquier jinete del apocalipsis, hemos ido desmoronando la estructura del estado con la ferocidad con que el cáncer se come el cuerpo humano.

Como tal, volvimos al país inviable. Le arrebatamos la esperanza y apenas si buscamos representar la farsa de la democracia para creernos la misma mentira de que la culpa no es de la corrupción sino de los malos gobernantes o de la maldición del garabato que se explayo en Colombia, la tierra de Micifuz.