Gardeazabal

Por: GUSTAVO ÁLVAREZ GARDEAZÁBAL

Hay en este mundo actual de algoritmos e intercomunicaciones veloces una tendencia a no profundizar ninguna noticia, a quedarse con los titulares y, lo que es peor, a creer en lo que se presente agresiva o habilidosamente. De allí a caer en la desmemoria, que no es lo mismo que el olvido, solo hay un paso. Y, aunque no se crea, nos puede resultar más caro que repetir los errores en que hemos caído por no tener historia fresca de cuándo y por qué lo vivimos.

Con las elecciones del domingo pasado, tan fugaces para casi todos y tan traumáticas para los derrotados, se está cayendo en una doble desmemoria. La primera porque aunque de los casi 39 millones de colombianos habilitados para votar solo lo hicieron un poquito más de 16, nadie quiere hablar de que una abstención de más del 50% es indicativo del cáncer que está haciendo metástasis en la democracia colombiana. La segunda porque la razón elemental que facilitan las proporciones matemáticas sobre las cifras obtenidas se desfiguran por uno y otro lado y se les olvida lo precisos que son los números en ese y otros aspectos, Si en las consultas presidenciales sólo votaron un poquito más de 11 millones, nadie puede negar que hay 5 millones de colombianos que votaron por senadores pero que no se dejaron seducir por las candidatos existente. Y que, de todas maneras, hay 23 millones de colombianos que definitivamente no votamos y que es a ese par de núcleos a donde deben dirigirse los esfuerzos de los asesores electorales y de los orientadores de las campañas presidenciales.

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Creer que Petro ya ganó porque se fue con 6 millones de votos es tan desproporcionado como sería admitir que Fico, porque sacó 2 millones de votos, y de ellos 1 millón en Antioquia, ya está ungido como el verdadero candidato contra Petro. Ojalá la desmemoria no los atropelle porque de no terminamos juzgando la campaña presidencial con la misma lente obtusa con la que la falta de conocimientos históricos y el silencio de los medios y la censura decretada contra Rusia hasta casi que revivir un nuevo macartismo, nos está haciendo ver a Putin no solo como el malo y perverso que ha sido y sigue siendo, sino como la bestia apocalíptica. Porque no nos metamos mentiras. Ucrania ha sido el pastel que a lo largo de la historia todos se han querido comer, en Moscú y en Washington, en Londres y en Berlín.

Esta guerra se causa entre varias cosas por la campaña de seducción que Occidente planteó para apoderarse económicamente de Ucrania, tanto que hasta el hijo de Biden estuvo metido de lleno en los negocios y en la política ucraniana cuando su padre era vicepresidente de Obama. Pero nadie quiere recordar ese antecedente de los Biden ni tampoco recordar que la Rusia de Stalin hizo morir de hambre a más de 8 millones de ucranianos a comienzos de la década de 1930 ni que Putin arrasó miserable y cruelmente con ciudades sirias, incluyendo a la mítica Aleppo, cuando se metió hace unos años en la guerra civil de ese país y que ahora hace y seguirá haciendo lo mismo con Ucrania. La desmemoria hace mucho daño.