El inane debate surgido de la declaración de Petro sobre la inexistencia de la democracia colombiana quedó zanjado por los resultados electorales pasados. Algunos caracterizados representantes del Establecimiento defienden con vehemencia la antigüedad y estabilidad de nuestra democracia, así la larga historia de violencia y corrupción sean realmente lo más antiguo y estable de nuestro sistema político, como quedó demostrado con el fraude vestido de errores de la pasada justa electoral.
El Frente Nacional inventó, en un sentido más moderno, el gobierno de las oligarquías, representado por un atávico bipartidismo que sobrevivió hasta la Constitución del 91. A partir de este momento, las estructuras de los dos partidos tradicionales se fragmentaron en distintas expresiones políticas que lograron mantener el control del Estado, a pesar de los vientos de renovación que inspiró a los constituyentes de entonces. Logramos, en ese momento, cambiar el país para que al final todo quedará igual; se logró modernizar el Estado para que lo administrarán los opositores del cambio y los detractores de la misma Constitución. Sin embargo, quedó instalado en la conciencia de los colombianos el sueño de una auténtica democracia, con justicia social y paz.
A estas convicciones contribuyeron notablemente los desarrollos políticos e institucionales que produjeron las actuaciones garantistas y democráticas de los fallos, sin precedentes, de la justicia colombiana y, de manera especial, de la Corte Constitucional señalando con su jurisprudencia y doctrina el camino del pensamiento jurídico y democrático a seguir. La Constitución del 91 nos propuso una visión más optimista y democrática de Colombia e inspiró, al mismo tiempo, a una nueva legión de pensadores, activistas y políticos en todo el país. Logró también juntar a los que se sentían amenazados por la irrupción de los nuevos actores, provenientes de los grupos desmovilizados en los años 90 y la fortaleza extendida de la UP en todo el territorio nacional. El contragolpe no se hizo esperar: se acentúo el exterminio de la UP y se asesinaron a varios de los candidatos presidenciales que representaban los anhelos de cambio y renovación en el momento.
En las turbulencias de este mar embravecido asoma la cornamenta de un personaje que marcaría la historia de Colombia en estos últimos 30 años y que, aliado con el narcotráfico, estructura un régimen de terror que generó millones de víctimas del conflicto armado colombiano, millones de hectáreas de tierra despojada a los campesinos, para que sus aliados ganaderos, terratenientes y políticos inescrupulosos se beneficiaran de ellas: Álvaro Uribe, el mismo que ha gobernado con mano de hierro a Colombia en la alianza con el sector más degradado e inmoral de este país. En principio muchos ingenuos le acompañaron, motivados por su oferta de exterminar una guerrilla brutal, secuestradora y traficante, pero su apuesta no solo fue la victoria militar sobre estas monstruosidades: se develó luego, que su empeño fue hacer de Colombia un Narco-Estado, en donde él fuese su presidente eterno. En este propósito demencial contó con el respaldo irrestricto de las mayorías del Congreso de la República; consiguió, a su vez, arrodillar la justicia que aún no se atreve a condenarlo, a pesar, del abultado caudal probatorio existente en su contra; contó, además, para mayor de las vergüenzas con el aplauso nacional, mientras millones de personas velaban a sus seres queridos y se lamentaban del despojo de sus tierras como resultado de su tenebroso mandato.
El sector empresarial más rico del país y dueño de los principales medios de comunicación nacional lo sigue respaldando, al tiempo que sus periódicos, revista y noticieros registran impúdica y sesgadamente sus atrocidades y delitos. En Colombia se acabaron los uribistas de buena fe, sólo quedan cómplices ¡Todo se supo!
A este siniestro personaje y todo lo que representa es al que hay que derrotar en las elecciones presidenciales de mayo, con la fuerza y la alegría como se hizo en las elecciones para el Congreso. Por primera vez en la historia de Colombia un hijo legítimo de este pueblo sufrido se prepara para ceñirse la banda presidencial; por primera vez en Colombia se gobernará pensando en las necesidades más sentidas de nuestra población. Gustavo Petro encarna el cambio, la dignidad y la justicia.
Su mandato será de respeto por la institucionalidad, el Estado no volverá a ser usado para la persecución política de los opositores, El Estado será, en cambio, el que ofrecerá condiciones favorables para una economía productiva, para una sociedad del conocimiento, para una seguridad humana, ambiental e integral; los militares y la Policía estarán como reza la Constitución «para ser garantes de los derechos de sus comunidades, para prodigarles seguridad», no tendrán el triste papel que les han asignado hoy: el de enfrentar a su pueblo cuando esté lucha por sus derechos burlados. La fuerza pública no volverá a ser el soporte de los bandidos que parapetados desde el Estado delinquen en favor propio y de sus secuaces.
Nunca habíamos estado tan cerca de la victoria. Algunos pensamos que Colombia nunca cambiaría y que la muerte de nuestros mártires y el sufrimiento del pueblo sería en vano. Pues bien, nos llegó la hora del pueblo, de la paz, de la democracia. Refrendemos en las urnas en mayo las mayorías que somos. Ganémosle en primera vuelta al candidato de Uribe y Duque.
Acerquémonos a la Coalición de la Esperanza, conversemos más con los reticentes, facilitemos el camino para que todos puedan llegar. Dejemos solo al candidato uribista que ya está derrotado, sin ideas, desconectado del país. La única fortaleza que tiene Fico es la de ser uribista, pero es precisamente esa misma condición lo que lo tiene liquidado.
El próximo 29 de mayo vamos a reelegir a Petro. Las pasadas elecciones se las robaron en favor de Duque, el candidato de Uribe y el Ñeñe Hernández. En esta reelección, ya no les alcanzará los dineros de la mafia, tampoco podrán atemorizar a Colombia con el cuento chimbo de Venezuela, y menos, podrán birlar la decisión popular desde la Registraduría.
Gustavo Petro será nuestro presidente.