Por: GUSTAVO ÁLVAREZ GARDEAZÁBAL
El panorama nacional es sombrío. El futuro se ve demasiado lleno de arreboles pero nadie lo quiere comentar en ningún medio de los que aún sobreviven. Tampoco en parte alguna de las concéntricas redes, que se muerden finalmente la cola como los perros. Es decir solo los que nos hemos acostumbrado a entender a Colombia en las penumbras parece que podemos apreciar el fenómeno que nos lleva a tanto pesimismo.
Son las guerras ocultas que se están dando mientras transcurre la campaña presidencial. Son varias y de distinta gravedad pero pocos quieren referirse a ellas. Voy a tratar de enumerarlas y describirlas sin establecer un orden prioritario. Estamos viviendo los prolegómenos de una guerra económica entre el grupo Sarmiento aliado con el GEA y el grupo Gilinski.
Aunque los ricos le dan apoyos monetarios a todos los candidatos, es evidente que los Gilinsky han patrocinado a Petro y ahora sí que más. Los datos entregados por El Expediente esta semana, reconfirman lo que ya sabíamos. Lo grave es que si gana el uno o gana el otro, el perdedor puede quedar destripado.
Estamos viviendo también una guerra oculta entre César Gaviria y Juan Manuel Santos, en donde ninguno de los dos parece acertar en sus golpes ni en su accionar, pero le están causando gran ampolla a la otra guerra oculta que hay entre los antiguos y agonizantes partidos políticos y las cooperativas de contratistas que terminaron remplazándolos y manejando al Estado.
Ya no hay ideologías ni escuelas de pensamiento. Solo hay billete y él abunda más cuanto más corrupción se fomente o se tolere y como todos la quieren fácil y ya casi nadie juega lotería o baloto, la guerra entre los honestos y los manejadores del Estado, la perdieron en Colombia los que se niegan a hacer trampa o prefieren pagar la extorsión que caer muertos a balazos como los vendedores de huevos en Tuluá.
Obviamente hay una guerra que era pública y se volvió oculta, la de una gran parte del país contra Uribe, en donde galopan la ignorancia y el olvido al lado de la injusticia. Y, por supuesto, la guerra entre el mismo Uribe y el presidente Duque, que se comprobó cuando para posesionar a Susana Correa como ministra hubo de exigírsele en privado que renunciara al Centro Democrático.
Nos queda por presenciar la guerra entre Fico y Petro, pero eso es capítulo aparte para después de Semana Santa porque no es oculta y se da por el miedo que sigue sembrando Petro y las cagadas continuas del gobierno de Duque, el fardo en que se convirtió el apoyo de Uribe y el pánico de los izquierdistas de que la negra Francia la embarre, todo puede cambiarlo en 24 horas.