En un país dividido por la mezquindad política, herido por la violencia fratricida, golpeado por la injusticia, empobrecido por la corrupción y dividido por las polarizaciones ideológicas, deportivas, religiosas y políticas es comprensible que se presenten resistencias a toda clase de propuesta de perdón y reconciliación, sobre todo cuando hemos tenido experiencias donde no faltan, por un lado, los incumplimientos estatales, y por el otro, quienes se quieran aprovechar de estas nobles propuestas para la impunidad, ocultar la verdad que impide la reparación integral de las víctimas y la restauración de las relaciones sociales, lo cual hace que nuestro corazón esté cargado de rabia, resentimiento, indignación, incomodidad, y es muy fácil dejar que el odio y rencor determine nuestras acciones, haciéndonos creer que la venganza es el camino y la solución a las problemáticas sociales y familiares.
La arrogancia y soberbia de quienes se creen dioses dueños de la vida es una triste realidad entre nosotros: líderes políticos, gobernantes, organizaciones, comunidades e iglesias que, ensimismadas en los egos narcisistas del poder, impiden comprender la comunión y unidad que existe en las relaciones humanas.
Así las cosas, no es el cambio climático, ni el fuerte verano lo que mata, ni lo que causa las tragedias, ni tampoco es el hambre la que los hace morir, sino la mano que se cierra para retener el capital, esa misma mano que empuña el arma es la que impide tender la mano solidaria, para dar amor a los demás.
Es más fácil mantenerse distante e indiferente, es más fácil alimentar el odio, es más fácil prender el incendio que apagarlo. Esa actitud egoísta es la que produce las grandes tragedias sociales, que causa la muerte de líderes sociales, de hombres y mujeres en nuestros campos y en las calles de nuestra ciudad. Exigiendo esto, salir de la burbuja individualista del neoliberalismo y establecer vínculos comunitarios.
Necesitamos con urgencia iniciar el camino del perdón, ese mismo que implica coraje, valentía, porque ya sabemos que el odio y la venganza es la cobardía de afrontar el camino comunitario que nos reconcilia. Solo el perdón individual y social puede transformar la violencia en paz y el odio en reconciliación. Caminar en el sendero de la paz implica doblegar nuestro orgullo, que nos hace perder lo que más amamos.
Desde la antigüedad se ha reconocido la naturaleza social del ser humano, pero desplegar esta dimensión comunitaria requiere de la humildad de reconocerse necesitado de los demás como el único camino hacia la paz, porque ésta no es posible en solitario. La paz no es una tarea individualista, ni de mesianismos políticos, ni de superhombres o caudillos solitarios con deseo de protagonismo, sino que es una tarea esencialmente comunitaria.
Colombia no soporta más la arrogancia de los grupos armados que se imponen con violencia.
Estamos cansados de la soberbia de dirigentes que desconocen la voz soberana de la comunidad y fetichizados en su poder se creen semidioses con autoridad sobre la vida de los demás. No queremos que en los líderes y dirigentes políticos prevalezca el deseo egolátrico de figurar, que llevan a aferrarse a posturas radicalizadas y extremas que impiden salidas pacificas y soluciones integrales a situaciones de miseria, dolor y violencia que vive nuestra sociedad.
El perdón es el único camino eficaz a la paz. Eso no significa permisividad, ni impunidad, sino que exige una actitud coherente, valiente y consecuente con el deseo de vivir con dignidad. Perdonar es romper la historia de violencia, es separarse de la venganza como solución a los conflictos.
La venganza solo calma el deseo morboso del masoquismo que disfruta con el castigo, pero no cura el sufrimiento de quien vive en el dolor, tal como lo recuerda el gran Desmond Tutu: “el perdón es la manera que recuperamos lo que nos quitaron, y restauramos el amor, bondad y confianza perdidos. Cada acto de perdón sea grande o pequeño, nos permite sanar. El perdón no es sino la forma en que nos procuramos paz a nosotros mismos y al mundo”.
La venganza nunca sacia su deseo de sangre, siempre desea más, porque considera que nada es suficiente para calmar su dolor. Quien se deja llevar por el deseo vengativo está atrapado en las cadenas de su orgullo herido y sufriente. Solo el perdón le permitirá superar el deseo de venganza y reconciliar el alma consigo mismo, solo así es posible la paz. El perdón es medicina, es actitud sanadora del corazón herido.
Quien proclama la venganza desea siempre tener la razón, olvidando que es mejor tener paz, que tener la razón. El perdón da paz, la venganza genera rabia y tristeza, se hincha el orgullo, pero golpea la dignidad.
Tenemos, por lo tanto, en nuestra patria la tarea ineludible de hacer realidad la reconciliación. La división nos ha dejado sin futuro. La historia nos ha mostrado que el camino del odio, rencor y venganza no han servido para vivir con dignidad. Toda persona que desee la paz, la justicia y la libertad debe optar por el perdón social como camino para construir la Colombia que todos y todas soñamos, por eso quienes hemos padecido las consecuencias de la guerra, frente a la coyuntura social y política, no podemos negarnos al perdón, no podemos oponernos a la reconciliación, porque sería renunciar a la paz, a la justicia y la dignidad.
Sin el perdón la paz es imposible, sin el perdón Colombia no tiene futuro. Cansados de la violencia que vengativamente genera violencia y que nos ha impedido noches de tranquilidad, debemos clamar y trabajar por el perdón; porque estamos cansados de ver el sufrimiento de los niños que la guerra ha dejado sin padres, nos siguen doliendo los feminicidios, y los miles de hermanos y hermanas excluidos y desplazados, estamos cansado de los falsos positivos, y de la muerte de policías y militares, por eso hoy Colombia debe clamar al unísono con voz fuerte y contundente ¡que la guerra debe parar! que las armas deben de apagar su traqueteo injusto y miserable.
Perdonar no es fácil, es un camino que requiere de transformación espiritual, que elabore el duelo por las víctimas, que sane las heridas y reconstruya las rupturas que se han generado. Es un camino que parte del interior, va sanando y perdonando para que se pueda extender hacia los demás, es un acto de conciencia para vaciar el veneno severo de amargura, tristeza y desolación que inyecta el corazón humano, limitándonos y condenándonos a la incapacidad de perdonar, pero al dar este paso espiritual nos damos cuenta que este camino es ineludible para encontrar nuestra propia tranquilidad, nuestra liberación, de lo contrario moriremos atrapados en la cárcel de nuestro rencor, tal como lo expresa Mandela al afirmar que: “ al salir por la puerta hacia mi libertad supe que, si no dejaba atrás toda la ira, el odio y el resentimiento, seguiría siendo un prisionero”. Quien mayor se beneficia del perdón es quien lo concede, ofrecer perdón es sanación y liberación personal.
Si renunciamos al perdón y a la reconciliación nuevos calvarios aparecerán en la sociedad y allí nuevamente encontraremos al crucificado, que clama a la humanidad la reconciliación a través del perdón social que pueda permitir tejer nuevos vínculos de hermandad, justicia y solidaridad, de lo contrario Cristo en la cruz no dirá “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”, sino, perdónalos, porque sabiendo lo que hacen, siguen indiferentes al dolor, siguen levantando muros que dividen, siguen generando nuevas víctimas de la injusticia, siguen excluyendo.
Siguen sin poder perdonar, siguen sin amar, siguen justificando una guerra por negocio y asesinando jóvenes como positivos militares, por eso, perdónalos, porque hoy sí saben lo que hacen