Yo siempre sentí que me repudiabas como hija, y no te culpo. Todo lo que hice papaíto, todo lo que he vivido durante tantos años, fue por protegeros, nunca pensé en mí, si lo hubiese hecho, quizás mi vida hubiese sido mejor. Pero solo pensaba en los demás, ¡me hice tanto daño papá!
Relaté a mi padre, que estaba escribiendo un libro, el libro de mi vida, ese que debéis leer “Cuando la vida duele” y donde me desnudé al completo para poner voz a tantos años de silencio. Y le confesé algunos secretos de este, secretos que hasta hoy no había revelado a nadie. Lloró, lloramos juntos, me pidió perdón, una y mil veces, hasta que le dije:
—Basta papá, no tengo nada que perdonarte, lo hiciste lo mejor que pudiste.
—Pero necesito escuchar tu perdón Irene.
—Te perdono papá, claro que te perdono y en estos momentos te amo más de lo que te he amado nunca.
«¡Hubiese sido tan sencillo como sentarte a mi lado y conversar…!»
Te necesité tanto papá y no te tuve a mi lado. Tuve que aprender sola, mi vida siempre fue muy dura, las enfermedades me persiguieron papá y tu fuiste consciente, pero viste en mi a alguien que luchaba, aún sin fuerzas y sobrevivía una y otra vez.
«Cuanto hemos de sufrir para darnos cuenta de que, con una simple conversación entre padres e hijos, se puede salvar una vida».
Escribir ese libro papaito me está ayudando a sanar, por primera vez en mi vida sé lo que es ser feliz. No por lo que tengo ahora, no por lo que me rodea, si no, porque he aprendido a quererme, a priorizarme, a respetarme y ahora estoy más preparada que nunca para dar amor, ese que tanto nos faltó.
Y cuando lo consigues papaíto, no necesitas nada más. Emerge desde dentro sin pedir permiso, solo emerge y fluye y empapa a todo aquel que esté abierto a recibir. Así que tomalo, toma todo el amor que puedas antes de marcharte y cuando se vayan cerrando tus ojos, acuérdate de sonreír.
«No puedo pensar en ninguna necesidad en la infancia tan fuerte como la necesidad de la protección de un padre» (1856-1939) Sigmund Freud
Continuará…