Escribir estas notas me recuerda las largas filas que junto a mi mamá hicimos para lograr un cupo en el mejor Colegio de Cali; debía presentar un examen de admisión que pasé más por sus piadosos ruegos al altísimo que por mi solvencia académica.

Fue necesario, sin embargo, acudir a un viejo profesor amigo para asegurarnos, con la advertencia: que era muy difícil porque al colegio solo ingresaban los mejores puntajes. Al final pude entrar, gracias al tráfico de influencias celestiales y terrenales, sin saber mi pobre madre, el daño que se le hacía con esta práctica a nuestra prístina democracia. En el fondo lo que pretendía no era otra cosa que ocupar estudiando a su primogénito calanchín, que se la pasaba jugando futbol y bailando salsa con los vagos y sobre todo con las vagas del barrio. ¡Aspiraba que su pimpollo algún día fuera alguien!

Santa Librada representó para mí salir del cascarón, competir, aprender a nadar estilo ladrillo como nos decíamos: chupando agua y para abajo. Recuerdo que una mañana en clase de natación, un compañero llegó con una pantaloneta grande, tal vez la de su padre, reímos mucho diciéndole que con la mera pantaloneta flotaría; para sofocar el bochorno de las burlas, el joven “pantalonetón” se aventó, y fue necesario sacarlo porque se estaba ahogando, se nos acabó la joda, pero de ahí para adelante se la montamos para siempre.

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Hasta el tercer grado la vida estudiantil transcurría tranquilamente. A la mayoría nos gustaba las mismas cosas, todos nos compramos unos jeans Levis de un almacén de imperfectos que vendían al frente del Colegio; los más gamines hicimos voladora en “La Covadonga” una cafetería al lado del almacén de ropa; nos salieron barros en la cara, convirtiéndose en la prueba irrefutable de la paja, de tal manera que cada que me salía un barro me sentía señalado sin remedio por mi adicción a tan abominable práctica; el fútbol y la rumba seguía siendo mi pasión, ¡ah! y desde luego, era un estudiante muy regular, malo decían en mi casa cuando recibían la libreta de calificaciones; una vez el director del grupo me dedicó su sermón porque fui a recibir mi libreta roja de calificaciones con mi mamá y con la novia, el profesor con toda razón me des-calificó, además, de desvergonzado. A mi mamá pobrecita, le toco muy duro. Pero lo más duro, apenas llegaba.

En los cursos siguientes el colegio vivió tremenda agitación política por culpa del Estatuto Docente que, los más entendidos, responsabilizaban de ser atentatorio contra la educación pública, también ocurrió, como de costumbre, un alza desmedida en el transporte. La guerrilla del EPL tenía una importante incidencia en la educación secundaria de entonces, y ahí, en medio del agite y la adrenalina de las pedreas, terminé enganchado con el cuento de los epilépticos como se les conocía a los del EPL para entonces. De la experiencia con ellos recuerdo las lecturas aburridas de las cartillas marxistas-Leninistas, las trasnochadas de tinto y cigarrillo y la discutidera hasta el agotamiento por asuntos doctrinales; bueno debo de reconocer que gracias a este enrolamiento solo fumé cigarrillo, me salvé del viaje y las virtudes de la bareta, porque los revolucionarios fumábamos cigarrillo, esto nos daba cierto aire de dirigentes.

Hasta que aparecieron los del EME, eran más audaces y arrojados, más seductores. En mi salón, mi mejor amigo era del M19, el pelao más brillante que conocí: cantaba, dibujaba, escribía y enamoraba muchachas, era un adelantado, pues… el negro Fercho terminó enganchándome al EME y ahí fue troya, la política se convirtió en mi pasión y me cambió para siempre mi vida.

En vez de los tratados maoístas comencé a leer a Gabo, no solo por placer sino para tener recursos para el ejercicio político y amatorio; empecé a hacer ejercicio con disciplina, ya no para ganarme el fichaje en la selección de futbol del colegio, sino para ganar físico por si había que salir “volao” como diría Pedro Navaja. Este rollo nos envolvió tanto que del curso de quinto de bachillerato (hoy décimo) salimos y perdimos el año toda la estructura que teníamos del EME.

Yo perdí química a pesar, de ser capaz de fabricar cócteles molotov; también matemáticas, lo que me esfumó el sueño de ser economista como Marx. Al final, todos terminamos el bachillerato en otros colegios, a mí me consiguió un cupo en el Eustaquio Palacios el Señor Coordinador de Santa Librada con tal de que me fuera del plantel. Nosotros éramos tan importantes en el colegio que los muchachos me preguntaban cuando llegaba en la mañana: ¿Cardozo hoy hay clase o hay furrusca?

En Santa Librada me eché los mejores discursos, justo en una banca que queda al lado de la calle principal al ingresar, convencido que cambiaríamos a Colombia y la liberaríamos de la injusticia social que aún nos afecta. Cuando terminaba mi arenga, quienes me escuchaban salían dispuestos a devorarse el mundo con tal de no volver clase, bueno, pensándolo bien, tal vez esta haya sido la motivación central de los vítores a rabiar que se escuchaban. En todo caso me volví tan popular que terminé por fuera y objeto de una monumental reprimenda en casa, creo que fue el origen también de mi calvicie prematura: la mechoneada sin nombre que dio mi mamacita.

Cuando empecé a escribir estas notas lo hice con el propósito de promover una campaña en favor de las instalaciones y la memoria de mi entrañable Colegio, pero creo que cuando se lean, el resultado puede resultar en contrario; por fortuna no soy un escritor famoso como para impactar negativamente en la matrícula de nuevos estudiantes. Este gran colegio tiene egresados ilustres, con muchos méritos en todas las disciplinas y quehaceres en la vida local y nacional. Los buenos egresados podrían aducir que soy egresado del Eustaquio.

Al Eustaquio le debo el diploma de bachiller y el esfuerzo genuino por resocializarme, pero a Santa Librada le debo mi incorregible espíritu libertario.
Esta columna se la a dedico a toda la comunidad estudiantil de Cali. A mi preciosa madre que a pesar de sus esfuerzos…
Coda: convoco a egresados, profesores, estudiantes y comunidad en general a emprender acciones e iniciativas en favor del Colegio.