Por: GUSTAVO ÁLVAREZ GARDEAZÁBAL
El lunes pasado se cumplieron los funerales de don Enrique de Aguinaga, un centenario periodista madrileño, profesor universitario por muchísimas décadas a quien la vida me dio el privilegio de conocerlo,tratarlo, aprender de su infinita sabiduría y hasta un día de la primavera de 1974 elevar cometas al pie del Peñón de Gibraltar, usando guantes y carrete y una fuerza en las piernas, para no elevarme, que todavía no se de dónde la saqué.
En una de esas conversaciones don Enrique me contó de su militancia falangista al lado del mito de José Antonio y unos años después, cuando me nombraron parte de la delegación inolvidable de colombianos que fuimos al obispado de Maguncia a negociar con el ELN en un convento de Baviera se me metió en la cabeza mientras leía y estudiaba los escritos del padre Pérez, el fundador del ELN, que él tenía trazas muy evidentes de falangista.
Me fui un par de días antes, hice escala de 48 horas en Madrid y pude, al oír horas enteras al maestro Aguinaga y hojear las páginas del diario ARRIBA, el diario falangista del que Aguinaga había sido subdirector por varios años, concluir que ideas y frases tanto del cura Pérez como del padre Laín estaba nutridas en esas tesis y sobre todo en los escritos que registraba el diario madrileño.
Tal vez porque contaba con esa información o porque por amigos,ya desaparecidos, de la curia alemana que patrocinaban las conversaciones de paz, empaticé rápidamente con los misteriosos señores Mauss que hacían parte como promotores del diálogo y fueron amigos del cura Pérez.
Las informaciones que me dieron me llevaron a entender la razón por la cual los elenos, comunicados satelitalmente desde allí con Antonio García, se negaron a que Andrés Pastrana, que estaba en París en ese momento, acudiera hasta Maguncia siendo presidente electo para corroborar la propuesta de paz que se presentaba y que estaba dispuesto a firmar.
Así nos lo había dicho telefónicamente a Augusto Ramirez Ocampo, Juan Manuel Santos y yo que habíamos conversado con él desde el convento. Si lo hubiesen permitido, y dado que Pastrana ya había negociado con Tirofijo, ese momento habría cambiado radicalmente la historia que vivimos y habríamos evitado tanto muerto y tanta sangre que se ha seguido corriendo después.
El profesor Aguinaga tenía la razón, los Elenos eran falangistas. Pude decírselo una vez más el 30 de marzo pasado cuando nos contactamos por última vez en ocasión del centenario de Pilar Narvión, su compañera en las lides periodísticas de los tiempos del franquismo.