A: Nara Araujo quien es ¿culpable? de estas lecturas como mi maestra de literatura universal.

“Eugenio Oneguin”, Alexánder Pushkin (1833). “Almas muertas”, Nikolái Gógol (1842) “Guerra y paz”, Lev Tolstói (1869). “Los hermanos Karamázov”, Fiódor Dostoievski (1879). “El jardín de los cerezos”, Antón Chéjov (1904).” Cuentos del Don”; Mijail Shólojov (1925), “El maestro y Margarita”, Mijaíl Bulgákov (1940), “Doctor Zhivago”, Borís Pasternak (1957), “Un día en la vida de Iván Denísovich”, Aleksander Solzhenitsyn (1962) son obras maestras universales que explican el alma rusa, ese concepto que ninguna otra literatura ha trabajado tanto para defender una cultura, una forma de ser y que Putin ha utilizado para justificar la guerra en Ucrania.

Y es que en la literatura rusa hay un empeño de solucionar conflictos internos que reafirme la identidad en lo político, en lo religioso y lo cultural. Fue la literatura quien construyó la historia de la Gran Rusia y sentó las bases de un nacionalismo centrado en el mundo ruso iniciado con Iván III el primer Zar de todas las rusias y de allí a Secretario del Partido Comunista para llegar al dictador Putin.

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Desde la Tatiana de Pushkin que es quién introduce el concepto de “alma rusa”, transitando por La Guerra y Paz, donde los rasgos psicológicos, la moral rusa se dibujan hasta profundizan en Anna Karenina y La muerte de Iván Illich de Tolstoi. Desde Dostoievski que dijo “el alma rusa es un lugar oscuro”, en su obra, El idiota hasta Chéjov, quien nos dice: “es difícil expulsar al esclavo que llevamos dentro” se muestra el papel de la conocida intelligenstia rusa que se transformara con la revolución bolchevique en el apparatchik como constructora y sostenedora de un poder político-religioso-partidista centrado en la cultura eslava y los credos de la iglesia ortodoxa o totalitarista según el caso.

Desde el más temprano zarismo de Iván III el Terrible, 1478 hasta Putin 2022, el establecimiento ha alentado la rusificación de ese gran territorio con un centro: Moscú y donde hay se habla de las tres rusias: La Grande, que es Rusia, la pequeña que es Ucrania y la blanca que es Bielorrusia.

La literatura rusa ha tenido consciente o no, una complicidad para crear un nacionalismo cultural, psicológico centrado en “el alma rusa” donde territorio, lo eslavo, el misticismo religioso-ideológico, entre zares y secretarios generales del partido ha vagado por el Kremlin el deseo de Pedro el Grande, Nicolás II, José Stalin o Putin de la Gran Rusia como un gran imperio o potencia.

Ese orgullo ruso, tan golpeado con la desaparición del imperio soviético en 1989 primero con la caída del muro de Berlín 91 y la pérdida de sus neocolonias europeas: Checoslovaquia, Hungría, Rumania, Bulgaria, Alemania Oriental, Polonia, Estonia, Lituania y Letonia; llega al límite con la desaparición de la Unión Soviética que tenía a fuerza de represión 16 repúblicas “voluntariamente” unificadas desde 1922 en que Lenin como el primer zar bolchevique ensanchó el imperio de Nicolás II tras una aparente derrota en los acuerdos de Brest-Litovsk de 1918.

Es justamente en 1918 en que Ucrania que significa (territorio de la frontera) tiene su primera independencia luego de una historia de manoseos territoriales pero que es cuna de una cultura propia caracterizada por su pluriculturalismo y libertad religiosa con Kiev como centro.

Los revisionismos históricos de Putin se aferran a procesos forzados, de exterminio, persecución de cosacos, tártaros, judíos y gitanos especialmente desde el poder bolchevique donde primero Trotski, luego Stalin después Kruschov y ahora Putin han querido y logrado rusificar el oriente de Ucrania con fines geopolíticos apoyándose en gran parte en la literatura y el concepto del alma rusa. El más triste ejemplo fue un gran escritor, Mijail Shólojov que con obras como el Don apacible justificó el exterminio del pueblo cosaco en los años 20 del siglo XX que rechazaron el poder soviético.

Otros rusos como, Borís Pasternak y Aleksander Solzhenitsyn hablaron de esa terrible manipulación del “alma rusa” desde la disidencia a un costo muy alto, pero fue Mijaíl Bulgákov ucraniano quién desde la sátira en su Maestro y Margarita hace una fuerte crítica al intelectual que se hace parte del apparatchik defendiendo un colectivismo, un unanimismo falso en donde se pierde toda libertad de pensamiento y realización.

Putin justamente se resiste a reconocer ese derecho de que Ucrania sea otro país más allá de los intereses económicos y estratégicos. Ser cercanos históricas y culturalmente no nos hace iguales.