Por: GUSTAVO ÁLVAREZ GARDEAZÁBAL
Si en este país existiera la vergüenza, los testimonios que dejaron la semana pasada el general Paulino Coronado, el mayor Daladier Rivera Jácome y el cabo Néstor Gutiérrez sobre los asesinatos cometidos en su calidad de soldados de la patria, haciendo aparecer a los muertos como combatientes de la guerrilla que se había levantado contra la autoridades constitucionales, son un blasón muy negativo para la historia de Colombia y una injusticia eterna para con los asesinados.
Como hubo una terca insistencia en no declarar como guerra el conflicto interno que vivía Colombia desde hacía 50 años, los perdones que se han concedido a lo largo de la vida de la humanidad acompañando todas las guerras ni pudieron ser aplicados para entender la estúpida batalla ni resultaron eficaces para conseguir el perdón de las familias de las víctimas. Independiente del criterio con que se mire ahora la cuestionada JEP y el proceso de paz, que volvieron trizas entre el gobierno y los disidentes de las Farc, debemos admitir que las confesiones de los que investidos de su calidad de militares masacraron a civiles que no participaban en el conflicto, para hacerlos aparecer como combatientes, resultan ser documentos aterradores y ejemplos de la locura a que puede llevar el deseo de arreglar todo a balazos y, en especial, el no saber perder.
Oir frases como ”…me convertí en asesino, fueron crímenes de lesa humanidad” o el “ asesiné cobardemente” demuestran que si existieron asesinatos de esa calaña y que fueron realizados gracias a las incitaciones que desde la presidencia de la nación, el ministerio de Defensa y los comandos de brigada y de escuadra se hicieron para mostrar resultados.
Como tal entonces no son falsas las imputaciones ni fueron ni serán nunca positivos en una guerra jamás declarada pero siempre ejecutada. Nos resonarán entonces las frases del general Coronado diciendo que pasará a la historia como el primer general condenado por circunstancias que jamás debieron ocurrir o las del mayor Rivera que dijo como había proporcionado armas que les plantaban a los civiles inocentes reclutados a las malas en pueblos y veredas para hacerlos aparecer como participantes de unos combates que nunca existieron.
Dolorosamente ni la comprobación de esas estupideces cometidas nos alejan de la opción en que ahora vivimos construyendo para volvernos a enfrentar porque, en vez de puentes que nos unan, preferimos agrandar la brecha entre quienes siguen a un candidato o quienes siguen al otro. Porque la verdad hay que decirla y corregirla: ni nos han enseñado ni hemos aprendido a perder.