Por: GUSTAVO ÁLVAREZ GARDEAZÁBAL
Como muchas veces sucede con los premios que otorga la Academia Sueca, el de octubre pasado al africano Abdukrazak Gurnah, nos tomó de sorpresa a los lectores hispanoamericanos que no lo habíamos clasificado y estaba poco traducido. A los ingleses, que lo respaldaron desde hace muchos años, el Times se los había presentado como un escritor tan delicado que mientras se lee el lector apenas se atreve a respirar por miedo a romper el hechizo.
Y no exageraron. Al leerse esta obra, su sexta novela en orden de aparición,uno queda impactado hasta con el desorden de dos puntos de vista narrativos y la duplicidad de lo narrado. Es la novela del viejo chamberlán (tiene 65 años el narrador), es la novela de las historias trágicas, es el paisaje y las gentes de un país africano inimaginable, pero es también un rosario de fascinantes momentos de amor.
Es una novela que chupa al lector desde el comienzo y no lo larga pese a que tiene parrafadas de observaciones muy severas sobre el racismo, el imperialismo y la obsesión corrupta de todos los nuevos gobernantes. Es una denuncia contra la utilización miserable del lenguaje por eternos dueños del imperio británico y una tabla de mandamientos sobre lo que debe hacer un viejo para resistir los golpes de la vida, las equivocaciones suyas y de los demás, pero muy especialmente para poder tener la lucidez suficiente de hacer la retrospectiva de su vida.
Es una burla graciosa al manejo que países como Inglaterra dan a los refugiados que pasan sus aduanas para huir de la cárcel y la persecución de los gobiernos de sus antiguas colonias. Es una graciosa parodia del amor bajo la lente musulmana y un latigazo a la explotación homosexual dentro de su propia familia.
Es una novela que se deja leer con esperanza mientras se va sabiendo más de lo que se dejó de contar cuando se narró lo vivido y aunque a veces desespera, porque el reencuentro de los actores principales en el exilio genera la expectativa de un lío a puños o de un asesinato vengador, el lenguaje poético, la suavidad descriptiva y el ansia de llenar la copa del conocimiento, aplaca los ímpetus hasta del lector más estremecido.