Gardeazabal

Por: GUSTAVO ÁLVAREZ GARDEAZÁBAL

La peor peste que el mundo soporta en los actuales momentos no es el covid, que ha matado a tantos y nos ha dejado a otros tantos millones que pudimos salvarnos de su guadaña de muerte, con secuelas aburridorsísimas.

Tampoco lo es ni podrá serlo la viruela de oveja con que asustan por estos días de inflación al mundo.. Pero ni esa peste que nos llevó a tomar medidas medievales para aislarla o tratar de aplastarla, ni las que nos amenazan al futuro, son peores que la verdadera peste que nos está pudriendo en todo el sentido de la palabra: LA CORRUPCIÓN. El hecho de hacer un mal uso o de abusar del poder que concede la autoridad, pública o privada, dentro de las estructuras sociales y obtener con ello un beneficio personal y particular, sería acaso la mejor definición de esta peste que nos corroe.

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Corrupción es entonces adjudicar la compraventa de un bien o la construcción de una obra sin respetar ni los estudios previos ni los procedimientos de contratación establecidos por la ley y cobrar un porcentaje del valor total para beneficio exclusivo de quien adjudica ,tanto en el estado como en la empresa privada. Pero corrupción es también ejercer la autoridad que concede un uniforme para obligar a un retén y en vez de colocar el parte de ley por no cumplir los requisitos exigidos, negociarlos por una suma de dinero.

Corrupción es pagarle al secretario del juzgado para que suba o baje de la fila de procesos acumulados el que pueda interesarle al que pague. Se compra o se vende entonces el poder que el puesto, la profesión o el rango conceden, tanto en el manejo del estado como en las empresas privadas. No es una peste de los últimos tiempos. Está registrada en China y en Roma desde las épocas de los emperadores y de allí para acá en todos los tiempos y en todas las naciones.

Combatirla ha sido motivo de leyes, controles y hasta fusilamientos o torturas como cortar la mano o la lengua. Y pese a que se hacen muy públicos esos castigos, el mundo no ha dejado de ser corrupto porque, probablemente, las normas siempre han sido impuestas por quienes las redactan para favorecerse ellos en algún momento futuro y el círculo jamás se cierra.

Combatir la corrupción entonces parecería ser un imposible metafísico. Pero a veces, como ahora en Colombia, llegamos a tales extremos que ya vivimos en total estado de corrompisiña y quien pregone su destrucción, cualquiera sea el método que use, se le aplaude y se le sigue.

Empero si a esas medidas punitivas no se le inyecta una gigantesca reforma en la estructura de la educación que se recibe verbal o tecnológicamente desde el hogar,o desde cualquier pantalla de tv o celular. Si esa inyección cultural no se hace también durante el aprendizaje de un oficio o en la convivencia diaria, todo puede resultar inútil.