Por: GUSTAVO ÁLVAREZ GARDEAZÁBAL
Es una verdad de puño que a los jóvenes no les preocupa si el tiempo y la luz son o no ilusiones ópticas. Los viejos solo damos fé de que el tiempo se nos acaba. Los científicos y cosmólogos que ahora auscultan el espacio descubriendo cada vez más unidades galácticas, que maniáticamente se parecen prodigiosamente a los tejidos nerviosos de nuestro cerebro, lo han dicho con más propiedad: “el tiempo es elongable pero irrepetible”.
Y si lo vemos con mirada de quien ha sobrevivido hasta el 2022 y nos atrevemos a mirar atrás, entendemos por qué se nos pierde en el recuerdo aquella vez que reconocimos que el abuelo era el señor avejentado, de calva brillante y bigotico recortado, que siempre nos recibía en levantadora y sentado en una silla, teniendo infaltablemente en cada visita un libro encima de las piernas.
Se nos pierde porque no podemos elongar hasta allá ese momento grabado como instantánea en algún rincón del cerebro galáctico que hemos heredado. Quizás en breve nos descubrirán cómo podemos prolongar más hacia atrás el tiempo vivido o si ya es hora que evolucione la teoría de la relatividad y encontremos que por encima de la velocidad de la luz está la verdadera explicación del tiempo.
Por supuesto hay que reconocerlo también, es la ambición del conocimiento la que mueve esos motores del desarrollo. Y como ahora hasta desde el Observatorio de Pasto su director el sabio de los astrónomos Alberto Quijano Vodniza, se podrá asomar más arriba con un nuevo radiotelescopio que le está montando la Universidad de Nariño y, como él, miles de antenas similares van a buscar simultáneamente en los próximos años la respuesta no tanto de nuestro origen como el del verdadero comportamiento del tiempo y de la luz, nada de raro tendría que antes de cansarnos de vivir ya sabremos si cabríamos o no en un agujero negro.
Curiosamente, buscando datos para escribir esta crónica, leyendo con afán en textos y más textos digitalizados, me he sentido cual si fuera menos que un ignorante craso en la materia. Y, hurgando mis neuronas, me topé con otra verdad de puño que me ha puesto a mirarme una vez más al espejo y que he medido con mayor énfasis batallando contra las maluquerías del covid.
Es aquella indecible pero atronadora que mientras entendamos la vida como una pasión, seguiremos viviendo y buscando más conocimientos. Lo que pasa es que todas las pasiones hay que gozarlas pero, para que no pierdan el gustico, los viejos ya sabemos que no se deben prolongar.