Después de 17 días de un despliegue enorme de libros, librerías, libreros, escritores y lectores la Feria del Libro de Madrid cierra sus puertas hasta una próxima edición. Cada visitante, cada lector, cada participante se lleva de ella un recuerdo que estoy segura será imborrable.
Algunos escritores son ya visitantes habituales de la feria, y seguramente esperan con emoción renovada a ese lector que se traslada a ella solo para conseguir una firma en el libro más reciente como si de un rockstar se tratara.
Otros llegan a esta feria por primera vez y juraría que con ella tocan un sueño, un anhelo largamente acariciado. O quizás simplemente sean unos principiantes a los que la reina fortuna tuvo el bien de sonreír. Y estarán allí, democráticamente sentados en una caseta con el mismo derecho de los consagrados a firmar libros y a ser el centro de lentes fotográficos que buscarán inmortalizar ese día estupendo, ese día genial en que al fin de algún modo son reconocidos como “escritores”.
Hay otros, sin embargo, que ya no podrán asistir y aún así serán recordados por siempre.
Uno de esos es Almudena Grandes. La escritora más madrileña que pueda haber, quien murió el pasado 21 de noviembre de 2021, más dejó en las bibliotecas de sus lectores miles de páginas que los hicieron vibrar con cada una de sus historias. Desde Las edades de Lulú, pasando por Un corazón helado, Malena es un nombre de tango, Los besos en el pan, hasta los tomos que conforman su Episodios de una guerra interminable, entre ellos, Inés y la alegría, El lector de Julio Verne, La madre de Frankenstein o Los pacientes del doctor García.
Es por eso que en la feria se recogieron algunas de sus palabras memorables, que ahora reproduzco al verme retratadas en ella y hermanada con la Grandes, en ese oficio de vida que es ser lectora.
Ella decía: “Escribir un libro es inventar una isla desierta, modificar con un punto apenas perceptible el mapa de los sentimientos, de las emociones humanas, para desear fervientemente el naufragio de ese Robinson desnudo y desarmado que somos todos los lectores al abrir un libro por primera vez.
Yo he creado algunas de esas islas pero he colonizado muchísimas más (…) He aprendido muchas más cosas en los libros que en la vida. Y he sido feliz y desgraciada, y me he reído y he llorado, y me he enamorado y me he desenamorado muchas más veces.
La lectura y la escritura son dos caras de la misma moneda, una isla desierta y su náufrago. (…) Si en este momento alguien me obligara a elegir entre vivir sin leer y vivir sin escribir estoy segura que acabaría renunciando al oficio que perseguí desde que era niña, porque tal vez sería capaz de ser feliz trabajando en otra cosa, pero para mi vivir sin leer ya no sería vivir, sino un sucedáneo insoportable de la vida”.
Una de las vivencias más entrañables que me dejó la Feria del Libro de Madrid es encontrar con esos escritores fabulosos, las historias que más tarde son un poso inalcanzable y en el que reposan las pesadillas comunes y los sueños compartidos.
Leer es indispensable para ser libres, para tener un criterio propio, para formarse, para aprender, para relajarse, para reflexionar, para jugar, para pensar, para ser felices, para existir. Leer es justamente eso, la armadura indispensable de las emociones y del pensamiento para vivir.