Por: GUSTAVO ÁLVAREZ GARDEAZÁBAL
Muchos de quienes interpretan la manera de ser de los tulueños y su carácter altivo coinciden en afirmar que todo puede encerrarse en la explicación de que pese a ser un poblado nutrido desde 1640, tuvo que esperar casi 250 años para poder tener Iglesia. Puede que sea verdad. Fue un pueblo sin iglesia. La misa se celebraba en un rancho que le daba la espalda al potrero donde pretendían levantar el parque principal.
Solo en 1875, Urdaneta, el dibujante del Papel Periódico Ilustrado, publicó el frontis de la iglesia de San Bartolomé de Tuluá, ya cita en el Parque Boyacá, con una pequeña crucecita en lo alto del costillar de su techo principal, pero sin torre.
30 años después los tulueños acompañaron a su párroco para construirle un torre medio mudéjar y coronarla por colecta mayúscula con reloj y campanas. Hubo fiesta cuando inauguraron ese reloj público y como por esos mismos días la Compañía de Electricidad de Tuluá, que aún subsiste pese a la garosa Celsia, había prendido las primeras lámparas del alumbrado en las calles, la fiesta fue carnavalesca y originó la tradición de las Ferias de Tuluá, que hoy precisamente se vuelven a hacer luego de dos años de pandemia.
Desde aquellas épocas de hace casi 150 años, la iglesia de San Bartolomé de Tuluá estuvo vestida de blanco, con cal o con pintura. Hasta esta semana, cuando el párroco resolvió pintarla de amarillo caterpillar en un collage inmisericorde porque como al costado occidental de la iglesia se levantó una gigantesca torre mal copiada de la catedral de Colonia, pero nadie se atrevió a tumbar la otra mudéjar, la paralela que tiene todavía el reloj público inaugurado hace 100 años, el amarillo caterpillar con que han vestido la nave central del templo amenaza con cubrir las dos torres diferentes, o ser un eterno pegoste de mal gusto.
No se si mis coterráneos tulueños son tan pendejos que se dejan manosear estéticamente de un cura sin cultura referencial y con ganas de pasar a la historia como el garante de los buldóceres amarillos que en breve vendrán a tumbar iglesias, como ya tumbaron estatuas y dejaron cambiar al Congreso por una Cooperativa de Contratistas. Es casi de novela mía. En plena Feria de Tuluá, el cura decide vestir de un asustador amarillo caterpillar la iglesia secular que siempre vistió de blanco. Con razón en mi pueblo pasan las cosas que pasan y los curas desfilan mariquiando ignominiosamente por las páginas de La Misa ha Terminado.