Gardeazabal

Por: GUSTAVO ÁLVAREZ GARDEAZÁBAL

Salvo que sea una maldición eterna, no parecería encontrarse una explicación razonable de las causas para que ni Tuluá ni el Inpec desaparezcan de los titulares sangrientos de la prensa nacional y mundial.

Cuando el durísimo Paro Nacional del 2021, Tuluá vió arder su Palacio de Justicia. Ni ha sido reconstruido ni las investigaciones llegaron más allá. En la madrugada del martes una quema provocada por la quema de colchones de los reclusos del patio 8 de la Cárcel de Tuluá, administrada por el siempre equivocado Inpec, precipita otro incendio y más de 50 reclusos pierden la vida y otro número igual quedan heridos.

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No sabemos si las investigaciones lleven a algo o si sorpresivamente, como ocurrió con el asesinato del fiscal paraguayo en Cartagena, en menos de un mes tengamos todo resuelto y los culpables de precipitar este más de medio centenar de muertos hayan sido condenados. No se sabe.

En este país, y en Tuluá sí que más, las cosas pasan y apenas las ven pasar. Por supuesto, los colombianos no se conmueven quizás porque como los muertos eran presos, se aminora el trato que la sociedad debe dar a todo asesinato de un ser humano. Pero allí están los muertos y los heridos y el dolor de sus seres queridos mientras en cada hogar colombiano crece el pánico que genera el siempre desordenado y corrupto Inpec, dirigido desde hace décadas por generales activos de la Policía.

Probablemente cuando la Fiscalía revise el caso tendrán en cuenta que esa madrugada del incendio se celebraba la última noche de la Feria de Tuluá y a solo 300 metros en línea recta de la Cárcel estaba el Coliseo de las fiestas, repleto de reguetoneros que siguieron con su alharaca hasta las 5 de la mañana. Como tal, no es entonces desestimable que el deseo de libertad de los presos se haya acrecentado por el eco y la algarabía de la fiesta.

Pero también deberán tener en cuenta los procedimientos del INPEC donde pareció primar el cumplimiento del deber de no dejar volar los presos que el derecho de mantenerles con vida y prefirieron cerrar las puertas para evitar lo que ahora dizque llaman un intento de fuga. Crueldad o razón, venganza o estupidez, todas deberán ser analizadas y puestas en balanza ante la opinión pública.

Lo que sí nos tocará a los novelistas como yo es escribir para la historia sobre los efectos de la maldición que parece haber caído sobre el costillar de mi pueblo, la que alguna vez traté de horadar publicando el libro “Las guerras de Tuluá”…que por lo que estamos viendo, todavía siguen librándose.