Gardeazabal

Por: GUSTAVO ÁLVAREZ GARDEAZÁBAL

En mi tierra las han llamado siempre como cazadoras, en México las llaman marabuntas, en La Vorágine, la inmortal novela de José Eustasio Rivera son las tambochas y se recorren la selva amazónica como lo que realmente son, hormigas legionarias, cual lo eran las tropas del imperio romano.

En la novela de la selva devoradora de Arturo Cova, el personaje mayúsculo de nuestras narrativas, las tambochas se oyen y resultan tan bien descritas por la prodigiosa mano del poeta huilense que cuando uno pasa la página, cree que las está oyendo marchar como debían haberse hecho sentir los millones de pies de los ejércitos de los emperadores romanos desde muchas leguas antes de llegar a su objetivo guerrero.

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Hay muchos estudios sobre estas hormigas. Algunos que he alcanzado a leer las dividen en unas 200 categorías y otros por colores o por su forma. Las que recorren el Valle del Cauca deben ser parientas degeneradas de las gigantescas tambochas del intrincado mundo amazónico porque son negras y más pequeñas que las hormigas arrieras come hojas.

Aunque estas, bien llamadas cazadoras por la sabiduría campesina colombiana, dizque no pican sino que muerden, lo han hecho tan tan duro en mi humanidad de orquidiota que me han dejado varias ronchas cuando descuidadamente no las he saltado o he quedado por citadino bobalicón en el medio de los círculos que a veces forman.

Estas hormigas arrasan con los seres vivos que encuentren a su paso. Cuando llegan a una casa penetran en hileras interminables, que pueden alcanzar a ser de millones, y devoran cucarachas, sabandijas, lagartijas y hasta aves de corral que duermen en el palo del gallinero o las ratas que son tan veloces.

Agresivamente depredadoras efectúan limpiezas arrogantes y como nunca hacen nido, viven siempre nómadas y parece que no durmieran. Cuando van a reproducirse cargan por kilómetros los huevos blancos en sus cabezas y se unen entrelazándose con sus patas hasta formar pirámides protectoras mientras nacen las nuevas crías.

Las historias que hay sobre ellas son fascinantes. Unos les atribuyen ser emisarias del invierno, otros del verano. Por estos días de tanta lluvia han estado apareciendo por millones obligándome a poner a salvo a los canarios y las cacatúas que los oyentes de mi podcast a veces escuchan mientras grabo.

Si me descuido los devoran. He tratado de pensar entonces si los que nos llegan este 7 de agosto se vayan a comportar como las tambochas. Las actitudes imperiales del impoluto Roy Barreras, lo hacen sospechar