Por: GUSTAVO ÁLVAREZ GARDEAZÁBAL
No existe entre los escritores vivos en Colombia alguien que haga mejores descripciones de personajes, situaciones y perfiles sicológicos que Daniel Ferreira( Chucurí 1981).
Límpido en el lenguaje. Eficaz en la metáfora. Dúctil en las comparaciones. Cargado de humor o de tragedia, Ferreira acaba de darnos una demostración de su impresionante capacidad expresiva en su última novela RECUERDOS DEL RÍO VOLADOR, editada por Alfaguara.
Es una novela mamotrética a la que tal vez le pueden sobrar una tercera parte de las 523 páginas, pero como está hecha con la estructura del caleidoscopio y mira a los personajes como en una permanente e inacabada fotografía y detalla las circunstancias, los espacios y los caracteres con minuciosidad de laboratorista, la novela termina deleitando pero agobiando al tiempo al lector porque repite la misma foto,la misma escena, una y otra vez, mirándola desde distintos puntos de vista y por cuenta de distintos narradores.
Para él, los recuerdos no tienen orden, pero los exagera tanto cambiándoles colores, posiciones o sentimientos que a veces uno cree que algunos de los narradores , o todos, tienen alzheimer.
Pero repetida o no hasta el cansancio, su capacidad descriptiva es inigualable, ya que su fotografía verbal tiene más pixeles que las físicas que tomaba Alejandro, el personaje central que buscan toda la novela y finalmente nunca lo encuentran.
Y como narra el río Magdalena teniendo como epicentro a un tal Puerto Cacique que no es más que Barrancabermeja, las añoranzas brotan a flor de lágrima gracias al personajón femenino de Lucía, la maestra de la escuelita de la vereda al pie del basuro del horror donde botan los cadáveres de la guerra eterna.
Y como cuenta la historia del petróleo,de los yacimientos, de los extranjeros aislados y de los sindicatos y de la nacionalización de La Gringa ( tampoco la llama por su nombre de la Troco) y la cuenta entre los días en que terminaron la Guerra de los Mil Días, que narró tan estupendamente en su anterior novela EL AÑO DEL SOL NEGRO, y el 9 de abril de 1948, paga con creces el tributo que hemos consignado muchos escritores por esa fecha histórica y por la trasteada fundamental que sufrió el país desde entonces. Una novela para leer muy despacio aunque todos aspirarán terminarla algún día.