Gardeazabal

Por: GUSTAVO ÁLVAREZ GARDEAZÁBAL

Cuando Andrés Uriel Gallego iba a posesionarse como ministro de Transporte me pidió que le hiciera un recuento de las menciones que yo había hecho del volcán Machín en mis columnas de El Colombiano. Conocía al ministro desde cuando trabajaba para Pinsky y era profesor en la del Valle.

Inquieto y ambicioso tenía como meta construir bajo su mandato el túnel de La Línea, pero le asaltaba la duda de que no fueran a repetirse los errores del Ruiz que yo había resaltado en mi novela “Los sordos ya no hablan”.

Anuncio

Por estos días, cuando el Machín ha querido estornudar, y ha vuelto a salir de los anaqueles de un país sin memoria, estoy recordando aquella charla y todo lo que sabía entonces y lo mucho que he aprendido con las investigaciones que he leído y que han hecho con dedicación aplaudibles en el Servicio Geológico Colombiano.

Sin ir a sembrar pánico vale la pena revivirlas para que no vaya y la sorpresa nos tome de nuevo con los calzones abajo. El Machin es un volcán que ha sido homologado a los monstruosos Santa Helena, Krakatoa y Pinatubo.

Tiene un gran potencial explosivo y por la huella de sus erupciones ( la última fue hace 800 años) y poseer un triple domo de más de 3 kilómetros de circunferencia, hay estudios quizás un poco dramáticos que elevan su peligrosidad a muy dañina.

Cuando fuí a conocerlo, recién salida mi novela, no tenía ni los sismógrafos ni el seguimiento minuto a minuto que le hacen hoy día pero en sus faldas vi aterrado no solo un par de fumarolas, sino arracacha sembrada en sus fértiles tierras.

Todavía deben estar allí y si las medidas hechas con los planos de las proyecciones en caso de estallar se cumplen, sus efectos terroríficos llegarían hasta Ibagué y Armenia y arrasarían con la cuenca del rio Coello igual que hizo el Lagunilla en Amero.

El lio empero son el túnel de la Línea y la carretera, aposentados ingenuamente en sus entrañas.