Por: PEDRO PABLO AGUILERA G.

Cada día debo tomarme al despertar y al atardecer una píldora de control de presión. Esa es la única herencia que me dejaron mis padres. No hacerlo es sentirme mal todo el día. Es mi responsabilidad controlarme la presión. Usted seguramente en su salud o su vida, tendrá que controlarse muchas cosas, para evitar consecuencias no deseadas, pero hay algunos que son como carros locos.

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Trump y Musk son casos de descontrol por estos días. Son como una caja de fuegos artificiales colocado al lado de un horno. Estallarán en cualquier momento y sus mensajes afectarán al mundo más o menos, pero lo afectarán.

El ejercicio de la libertad de opinión es maravilloso para quienes pueden hacerlo, pero hay algunos que no pueden porque ese derecho está prohibido como en Irán, Rusia, Nicaragua, Cuba y en otros casos, por un sentido de responsabilidad de generar efectos inesperados en el entorno económico, político y social tras cualquier opinión.

Eso ocurre con políticos, líderes de empresas, personalidades de la ciencia, la cultura o el deporte.
Lo dicho cada día lo vemos aquí o allá. Un trino de Messi, Maluma, Putin o Petro causa en mayor o menor medida “sismos” mediáticos en las redes sociales y porque no decirlo, crea tendencias que pueden afectar los ecosistemas deportivos, culturales, políticos o económicos. Tal vez, hasta todos juntos y hasta más.

Nuestro mundo es un mundo hiperconectado y interdependiente y los líderes de opinión por ello requieren para evitar daños colaterales de especialistas en comunicación. Eso es muy molesto, es irritante tener poder y tener que limitar o cuidar cómo se viste, como saluda, mira, se relaciona a donde va, que come o que bebe, que dice, en que tono, lugar, momento y hasta a quien ama y como expresa ese amor. Ese es el precio en ser una figura pública.

Y al parecer el presidente colombiano, un hombre de plaza pública, de fuertes convicciones, testarudo como afirma su esposa, no quiere acabar de entender esto con resultados nada buenos según los analistas y evaluadores políticos que miran a Colombia y mueven los hilos de riesgos, confiabilidad en los mercados nacionales e internacionales aunque Gustavo Petro no lo acepte y encuentre mil pretextos para eludir esa pésima costumbre trumpiana de gobernar desde twitter.

Petro es un político sagaz, profundo conocedor de Colombia y un estudioso de los diversos problemas, un ajedrecista muy bueno en finales como Capablanca pero muy temperamental en el medio juego tal como Bobby Fischer.

Aunque lo niegue, seguro lo disfruta íntimamente, es la lógica de la seducción del poder, un poder que por años le fue esquivo. Sus trinos, sus opiniones, sus entrevistas en cualquier espacio afectan el comportamiento del cambio del peso colombiano, las bolsas y la marca país; la marca Colombia.

Gustavo Petro sigue sin entender que ya no es un candidato, que tampoco es el líder de la oposición. Es el presidente y más que causar ruidos, debe ser cauto, dialogante y ofrecer confianza a todos. Las salidas en falso en la política exterior en referendo en Chile y Perú, pero en especial lo ocurrido con el ELN son poco asertivas si desea ser un líder creible, debe aprender de Macron o Trudeau.

Colombia debe también controlar su tensión, como un diabético su azúcar, un asmático su alergia o un hipertenso su presión arterial, pero el cuadro clínico que vemos es de sobresaltos de vez en vez. Que digan que el presidente colombiano es el cuarto líder mundial más influyente poco importa cuando en mucho tiene responsabilidad de los efectos causados en la bolsa en valores y riesgos. No creo que sea bueno para el país, ni para el mismo. No es sensato el apoyo de su equipo de comunicación. Más daño se hace el mismo que el que lo puede hacer la oposición. Es más, quien le crea la agenda a la oposición es el propio Petro con sus tardanzas y su desacertados trinos que sólo los áulicos creen que son genialidades.

En verdad el gobierno está construyendo un guion errado en la narrativa política rompiendo los principios básicos de la comunicación política.
…voy a tomarme el losartán