Gardeazabal

Por: GUSTAVO ÁLVAREZ GARDEAZÁBAL

Si en aquél fatídico noviembre de 1985 el Ministerio de Minas o el Observatorio Geofísico de los Andes hubiesen instalado par de sismógrafos en Murillo o en Manizales, en las faldas del Ruiz, tal vez los miles de muertos de Armero y Chinchiná que todavía claman justicia al cielo se habrían evitado.

Pero como ni el ministro Duque ni el cura jesuita Goberna le dieron importancia al sismógrafo (que ya se usaba en el mundo desde principios del siglo 20) o como los oligarcas pobres de Manizales creyeron que si ponían a funcionar un aparato de esos les iban a espantar los turistas en su famosa y contemplada Feria de los primeros días de enero, el volcán del Ruiz permaneció hasta entonces sin quien le midiera sus eventos sísmicos o hiciera la mínima parte de lo que hoy en día el Servicio Geológico Colombiano ha venido haciendo minuciosamente, advirtiendonos a unos y otros lo que puede pasar ante el acumulado de sismos si el Ruiz vuelve a estallar.

Anuncio

Pero es que no solamente los oligarcas pobres de Manizales me refutaron tres años de columnas periódicas advirtiendo que ese volcán se estaba calentando. Es que quienes vieron las fotos de como el cráter se iba agrandando y enrojeciendo, y que había tomado el fotógrafo Cajiao a lo largo de cinco años desde su avioneta, no les dieron importancia.

Y cuando Aquileo, el tulueño que ejercía de juez en Armero me invitó en septiembre de 1985 a que dictara una conferencia sobre mis columnas del volcán, ni el querido Ramón que hacía de alcalde armerita ni el inolvidable director del Serpentario me creyeron. Debí haberles parecido un loquito que estaba escribiendo una novela.

Y la tuve que escribir años después (LOS SORDOS YA NO HABLAN), cuando ellos no vivían, para contarle a Colombia y en especial para cobrarles al menos históricamente a los oligarcas pobres de Manizales por qué prefirieron tener una perra pastor alemán en el Refugio, para que diera la alarma al pie de las nieves si el volcán se enojaba, que instalar un sismógrafo que les advirtiera de lo que podía pasar.