Por:Gustavo Álvarez Gardeazábal
El nombramiento del general Salamanca es un acierto del presidente Petro y un riesgo muy grande para el oficial. Al general lo conozco hace muchos años y lo he tratado en infinidad de ocasiones hasta el punto de defenderlo públicamente en mis columnas cuando pretendieron armarle la guachafita por el caso de las casas de San Luis y el ardor que causaba en la Policía su verticalidad como Inspector General mandándolo a 400 días de vacaciones.
Quiero de la misma manera que lo defendí entonces alabar ahora su nombramiento porque siempre ha dado la imagen de ser la reencarnación del policía bueno, del sargento Torres de mi infancia, del General Rojas Scarpetta, el tulueño que fue el primer Director General de la institución.
Lo ví muy de cerca desempeñarse como oficial de enlace cuando la Cumbre Iberoamericana de Cartagena y la visita de Obama y, por algunos de los delegados en ése simposium, me di cuenta del alto criterio en que lo tenían los oficiales del Departamento de Estado.
Petro lo nombró para que presidiera el empalme de su gobierno con los uniformados de Duque y allí, sin duda alguna, debió haberle hecho la escanografía de personalidades y travesuras, movimientos y ambiciones que llenaban la alta oficialidad.
De ese examen detallado seguramente surge la lista de generales llamados a retiro y de ese gesto es de donde nace el riesgo que corre el general Salamanca.
Para él la gestión policial y las de las escuelas de formación deben ser medidas por la misma vara, pero como para ello hay que reimplantar la honestidad en quienes han sido formados haciéndole quites a esa virtud incorrupta, va a tocar muchos terrenos sensibles y más de uno tratará de defender con aletazos o con quien sabe que, los privilegios y trapisondas que les han permitido volver a la Policía la institución que cada vez se respeta menos en los últimos años. Dura tarea la que asume Salamanca. Durísima, pero guardo la esperanza que saldrá avante del reto.