Por: Gustavo Álvarez Gardeazábal
En el desespero de los editores por seguir consiguiendo lectores para sus libros en Colombia, los escritores terminamos como las putas: de Feria en Feria.
Como las crisis de lecturabilidad está cimentada en el desvío mayúsculo de las nuevas generaciones a solo mirar la pantalla del celular, los efectos los estamos sintiendo todos, escritores, libreros, editores y en especial la cultura nacional.
Como solución, y coordinados indudablemente pero sin mucho perrenque ni dinero por la Cámara Colombiana del Libro, todas las víctimas de esta crisis hemos terminado por volcarnos hacia las Ferias del Libro, como la que sucede por estos días en Bogotá y como las que hacen durante el resto de año en toda la geografía nacional.
Los escritores, igual que las putas de antaño que no se perdían ferias de pueblo para aumentar el número de sus servicios, vamos a esos eventos a firmar libros, a hablar pendejadas o a posar para una y mil selfies tratando de vender algunos ejemplares más.
Por supuesto los medios, y hasta las redes, amplifican las celebraciones en sus espacios pueblerinos o regionales. Solo la de Bogotá centraliza la atención de los medios nacionales y, convertida en único balcón de lanzamiento, ha terminado siendo una atosigante diarrea libresca.
Por alguna razón contradictoria, que debería explicar el bisnieto de misia Natalia Restrepo que hoy maneja la Cámara del Libro, en Bogotá todavía cobran por entrar a la Feria, evitando popularizarla pero continuando con la antiquísima manía santafereña de creer que los libros son de las élites que pueden pagar o levantar el dedo meñique.
Hacerlas con entrada gratis en todo el país, patrocinadas por Mincultura y las secretarías del ramo en municipios y departamentos, centralizando costos, organización y promoción debería ser la meta para que los escritores podamos sentirnos tan satisfechos como las putas en las ferias pueblerinas y los editores vendan tanto que puedan pagarnos algo más del 10% que nos dan a nosotros por cada librito.