Por: Gustavo Alvarez Gardeazabal
Hace 53 años la Facultad de Filosofía ,Letras e Historia de la Universidad del Valle, ,que dirigía Oscar Gerardo Ramos, nos graduó a un grupo variopinto de estudiantes que fuimos los últimos alumnos en la apretada sede de San Fernando y teníamos en común la tolerancia y el haber recibido en algún momento de nuestra carrera clases del maestro Armando Romero Lozano, bugueño fututo, especialista en Azorín y Valle Inclán, pero dotado de un humor y una gracia para enseñar que solo se da entre quienes se crían en la ciudad del Señor de los Milagros.
Uno de su hijos, Rodrigo Romero Renjifo, grande, gordo y paciente, con un humor negro más fino que el de su padre, se graduó con nosotros y no se nos podía olvidar a ninguno, así quien arrasara en la UV con su verbo, el librito rojo de Mao y una elocuencia sonora fuese el demoníaco Harold Alvarado Tenorio, tan grande, tan gordo y tan bugueño como Rodrigo.
Jamás discutieron ambos en público pero a una perorata de Alvarado, Rodrigo tenía la sapiencia de su padre y el rigor estricto del filósofo para responder.
Eso hizo toda su vida, enseñar y escribir sobre filosofía cuando casi nadie ya lo hacía. Y ha resultado tanta su huella que quienes fueron sus alumnos, y hoy muchos de ellos profesores en distintas partes de Colombia, se reúnen mañana en el Auditorio 3 de la Universidad del Valle para rendirle un homenaje emocionado de gratitud y aplaudirle con el fervor que no pudieron hacerlo el año anterior cuando su funeral fue tan discreto como su vida.
Yo, que asistí con él a uno y otro Consejo Estudiantil y que me di el lujo de oír más de un concierto mientras su tía Maruja, que tocaba el violín nos lo explicaba, quiero unirme en lejanía a ese sentido homenaje. Sordo, cojo y cada vez más deteriorado, me está resultando muy difícil movilizarme.
Solo tengo mis bríos intelectuales que todavía me asombran . No puedo entonces estar mañana aplaudiendo al más connotado filósofo bugueño. Que otros lo hagan tan emocionadamente como yo lo haría.