Por: Gustavo Alvarez Gardeazabal
Irene Vélez, ministra de Minas, consiguió ganarse la antipatía pública por su desempeño, su desprecio por las normas caducas en un país afecto a ellas, y especialmente porque se convirtió en la sacerdotisa de una secta que nos convocó a sacrificarnos por el futuro de la humanidad prohibiéndonos la exploración y explotación del gas y el petróleo, Pero como somos un país vengador estamos presenciando el espectáculo ruin de volverla añicos llevándola, con bombos y timbales, ante los más altos jueces por haber dizque cometido el delito imperdonable de solicitarle al funcionario de turno de Migración Colombia una solución a un problema de baranda.
Resulta que la señora ministra se encontraba en Davos en enero en misión gubernamental y había organizado el viaje de su marido, un ciudadano holandés, junto con sus dos hijos menores de edad hasta Amsterdam para encontrarse con ellos el fin de semana.
Su marido exhibió ante Migración los pasaportes holandeses de sus hijos, expedidos por la embajada en Bogotá, pero como no tenían sello de entrada, los glosaron. Presentó los pasaportes colombianos de los chicos pero como no tenían la autorización de la madre ,también los glosaron.
Ante el impasse, él se comunicó via celular con su esposa en Davos y ella le pidió que le pasara al funcionario para que le diera una solución al problema. Debía enviar un carta, válida por correo electrónico, autorizando el viaje de su hijo. Hasta allí todo no habría pasado de ser un trámite de gestión humana. Hoy en día es la punta de lanza para el linchamiento exagerado que han terminado montando.
Yo, que he sido crítico acervo de la ministra y sus ideas, creo que a más de inhumano es ridículo conseguir que ella se vaya del gabinete Petro por magnificarle como delito una gestión de madre y esposa.
Si no fuimos capaces de tumbarla por sus criticadas actitudes ministeriales, no hay por qué convertir otra vez la justicia en un instrumento maleable para obtener pingües resultados políticos.