Gardeazabal

Por: Gustavo Alcarez Gardeazabal

Desde cuando el paro del 2021,que ahora historiadores y contratistas llaman “el estallido social” muchos colombianos entendimos, especialmente en el suroccidente del país, que los bloqueos eran el arma barata, inmediata y contundente para ganarle puntos al gobernante, arrebatarle la tranquilidad a los ciudadanos del común y, en especial, para desequilibrar la sociedad.

Desde entonces cada que en cualquier rincón de este inmenso territorio nacional una minoría requiere ser oída por los gobernantes o forzar una actitud en favor de un deseo colectivo, organiza un bloqueo.

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Fundamentalmente se hace con las carreteras. Los indígenas caucanos lo han empleado como su herramienta predilecta cada que quieren pedir más o reivindicar lo que ellos consideran fue el daño histórico que entre conquistadores españoles, blancos mestizos y latifundistas enriquecidos soportaron.

Pero como todo en este país es tan desequilibrado como la mala imagen que los habitantes de las ciudades tienen de los campesinos, y en especial de los cultivadores de café, los platos rotos de cada bloqueo en la vía a Pasto o en la de Medellín o Bogotá a la Costa, ha más de agrietar la canasta familiar termina siendo un exprimidor de tiempo, dinero y efectividad de los trasportadores sean ellos de carga o pasajeros.

Lo que se ha vivido por estos días cuando por enésima vez los nietos de Quintin Lame se atravesaron en la vía de Cali a Popayán, es no solo la repetición de lo ya vivido sino un recorderis majestuoso a los oligarcas caleños y a los hidalgos payaneses de que son inhábiles para aprender de cada bloqueo y que como no han sido capaces de construir una autopista paralela que vaya de Jamundí a Calibío que les sirva de vía alterna o de hacer por fin la carretera de Popayán a Guapi, o revivir la carrilera de Yumbo a Piendamó con el tren bala, les toca aguantarse otro bloqueo más y comerse la uñas mientras aceptan resignados el fruto de la joda de las minorías