Gardeazabal

Por: Gustavo Alvarez Gardeazabal

Cuando escribía mis narraciones sobre las historielas de Tuluá, una y otra vez mencionaba las campanas de San Bartolomé porque ellas eran el internet del pueblo y a través de sus sonidos se comunicaba a sus habitantes.

Agobardo Potes, el campanero sordo, las tocaba para anunciar la misa, o de alegría como cuando terminaron las guerras mundiales o doblaban anunciando la muerte de alguno de los feligreses.

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Eran tres formas diferentes que promulgaban por los aires lo importante en la parroquia. Algún día ellas no volvieron a repicar. Agobardo se murió y quien lo reemplazó no quiso volver a subir al campanario desde cuando colgaron de las cuerdas el 9 de abril a Martín Mejía para que acabara de morirse.

Obviamente con el paso de los años el uso de la violencia se fue adaptando a la modernidad y así como ya no se usan las lanzas de los indios motúas ni los revólveres 38 largo de los días en que vivía “El Cóndor” de mi novela, los ideales conque se camuflaban los inicios de las guerras dejaron de existir, atropellados por la modernidad.

Ya no se abren las fauces de la muerte para conseguir el bien ajeno, se prefiere galopar en el apocalíptico caballo de la corrupción y se pretende ordeñar la vaca presupuestal del estado. Todas las guerras vividas,y que en más de una novela o cuentos he narrado, parecen solo haber servido para generar la siguiente batalla o para volver a disfrazar la búsqueda de la paz como un negocio diferido en donde se apuesta por el éxito comercial del futuro.

Las campanas han vuelto entonces a repicar en el hoy ficticio campanario de San Bartolomé, como debieron haberlo hecho cuando los católicos monarquistas masacraron a lo hugonotes protestantes el 24 y 25 de agosto de 1572. En Tuluá ahora se muestran los dientes en internet.

Las balas y las granadas y las cabezas cortadas como trofeo quedaron para asustar a los que no paguen el impuesto del estado paralelo de las bandas que dominan la ciudad.