Por: Gustavo Alvarez Gardeazabal
La vida me dio el privilegio en mi ya remota juventud universitaria de tener como maestros adlátere en materia botánica al experimentado Dr. Germán Cardona Cruz y al sabio Victor Manuel Patiño.
El primero era un odontólogo que se estuvo 25 años en el Caquetá, cuando era selva, a principios del siglo 20, y el otro un sabio biólogo y sociólogo e historiador, graduado aquí y allá. Tenían, por supuesto dos maneras diferentes de concebir al reino vegetal.
El uno desde las observación primaria, el otro desde la sapiencia suma. Ambos, en algún momento donde yo servía de puente, coincidieron en que debería fundarse en Tuluá un Jardín Botánico.
Se distanciaron porque Patiño sugería, como lo logró, que el Jardín Botánico se montara en Mateguadua a 7 kilómetros de Tuluá, a orillas del rio, y no, como quería Cardona, al lado de la quebrada La Rivera, donde hoy termina el Tuluá urbanizado. Por esa idea de tener un Jardín.
Por mis continuas visitas al Botánico de Medellín y a tantos jardines de Estados Unidos y Europa donde los hice ruta obligada de mis escasos viajes de entonces, la noción Cali con Jardín Botánico me resultó una obsesión silenciosa.
Por tal razón, cuando esa excelente ejecutiva del Zoo de Cali , María Clara Domínguez, nos anunció a la asamblea de fundadores que al lado del Zoológico de Cali se montaría el Jardín Botánico, aplaudí más a esa mujer excepcional. Hoy,31 de agosto, cuando el Jardín Botánico de Cali, anexo al Zoológico, se inaugura con modestia y sin aspavientos, quiero repetir el aplauso y prolongarlo a la Junta Directiva de la Fundación Zoológica que han hecho posible este santuario.
Les ha quedado inmensamente bien presentado. Tiene líneas arquitectónicas definidas y un paisaje de retrato del renacimiento. Ojalá Cali lo conserve y el Valle ,sus gobernantes y sus habitantes de hoy y del futuro, se enorgullezcan de tener dos jardines botánicos de tanta alcurnia. Ya llegará el día de hablarle a los árboles y las plantas