Por: Gustavo Álvarez Gardeazábal
Las Guerras de Tuluá arrecian, no disminuyen. La víspera de elecciones la Familia Guevara le comunicó a los tulueños por intermedio de las redes que cerraban sus negocios cimeros, el septuagenario Almacén El Príncipe y el Hotel de 4 estrellas del mismo nombre, que levantaron aledaño a la media manzana que ocupaba en la Calle Sarmiento el almacén que Arturo Guevara fundara en la década del 50 del siglo pasado.
La razón fue muy expresa. No están en condiciones de pagar la extorsión que les han decretado. Pero, además, entraron en pánico porque los extorsionistas fueron presencialmente a imponerles la cuota, y cuando un extorsionista se salta el anonimato y pone la cara, el que no se asuste no es humano.
Lo grave, y que precipitó los acontecimientos , es que alguien (lo están dizque averiguando) llamó unos minutos después a un miembro de la familia a amenazarles con actuar inmediatamente porque habían cometido el error de entregar a las autoridades el video de seguridad donde se grabó la entrada de los dos extorsionistas.
Como tanto el almacén como el hotel son dos símbolos del empuje de mi pueblo, la sensación que se tiene es que a Tuluá lo están ahorcando. Como reacción lógica, los tulueños el domingo eligieron mayoritariamente alcalde al candidato que tuvo que hacer toda su campaña por redes porque no le dejaron hacer una manifestación, le quemaron las vallas publicitarias y le dieron bala al parapentista que hacía flamear por los cielos de la ciudad el apellido del candidato.
Ojalá Tuluá no se haya equivocado con esta escogencia y el 1 de enero cuando el nuevo alcalde se posesione, se abran las puertas de la paz, no las de otra guerra más como es la que se convoca con las amenazas, las extorsiones y el pánico contagioso. Tuluá no se puede dejar castrar de pies ni puede enmudecer ni mucho menos dejarse vaciar ante el miedo a esta avalancha terrorífica.