Por: Gustavo Álvarez Gardeazábal
Aun cuando los tituladores de medios y los croniqueros financiados por los judíos y los árabes le pondrán cualquier nombre absurdo a la guerra entre el estado Israelí y el grupo Hamás, a un mes de su estúpido inicio esta guerra debería llamarse desde ya LA GUERRA DE LOS NIÑOS.
Ella se origina porque las milicias de Hamás, que reinaban a sus anchas en túneles y calles de la ciudad de Gaza, traspasaron la frontera de Israel, mataron a por lo menos 1.400 personas, incluyendo mujeres y niños y, en especial tomaron como rehenes a un grupo de mujeres madres de familia y a por lo menos una docena de niños.
El gobierno judío, presidido por el ultraderechista Netanyahu clamo inmediatamente venganza y, seguramente, para tapar los gravísimos errores de su ejército y sus servicios de inteligencia que permitieron la brecha de los palestinos de Hamás, arreciaron con un batalla feroz, despiadada, dizque para obligar a que les devuelvan los 220 rehenes y, como ella no tuvo más límites que el deseo de venganza, no rescataron en un mes a los niños judíos, pero si mataron casi 5 mil niños palestinos.
Ni los niños judíos empuñaban armas cuando los secuestraron ni los asustados y llorosos niños palestinos que salen entre las ruinas de los videos de televisión y redes, tienen más arma para defenderse que sus lágrimas. Ha sido entonces una guerra provocada por el secuestro y asesinato de unos niños judíos, en donde los muertos han sido muy pocos de los ejércitos uniformados de Israel y Hamás, pero si han sido mayoritariamente niños.
Los niños que sobreviven lloran. Su llanto va creciendo porque inunda las conciencias hasta de los ricos judíos de Wall Street que financian a la guerra y los gobernantes de Washington y , también, llegan a los oídos de los sordos ayatolas de Irán o de los millonarios árabes del Golfo que patrocinan a Hamás. Nadie quiere oír empero ese llanto. No hay Biden, ni Putin ni Erdogan ni XI Pi que clame por esos niños y pare la matazón.