¿ES GUSTAVO PETRO UN PRESIDENTE DROGADICTO?
Por: Rubén Darío Valencia
Como una bomba cayó sobre el país, y, en especial, sobre la Casa de Nariño, la carta-columna de la periodista María Jimena Duzán publicada el domingo en la revista Cambio, ambos, y es necesario recalcarlo, de izquierda. Ella, incluso, petrista confesa.
En el explosivo texto, la también escritora hace un recuento de los desencuentros nacionales e internacionales del Presidente de la República, sus inexplicadas ausencias a citas claves, su errático rumbo, sus declaraciones altisonantes, su ceguera ideológica que lleva por el despeñadero sus más caras reformas, y hasta del afiebrado frenesí de su tuiteo, torrente de frases inoportunas, posturas incómodas y hasta redacciones delirantes, ridículas e ininteligibles.
Incluso, le revela, en un tono intimista (ella reconoce que votó por él) que tras un año y medio en el poder lo ve “cansado y embolatado” y con muchas de las oportunidades perdidas.
Y suelta la bomba.
Apoyada en la revelación de sus fuentes, y como si su certeza necesitará la confirmación de una duda, María Jimena Duzán la pregunta al Presidente Gustavo Petro si tiene alguna adicción (no lo dice pero deja claro que es a las drogas), y le pide que se la confiese al país, que busque ayuda, que no es un delito ni una falla moral, que, seguro, los colombianos lo entenderían. Que no es una tara y “es una enfermedad que tiene solución si se trata a tiempo”.
Brutal carta. Demoledor mensaje, terrible sospecha. A la que el Presidente, atontado por un golpe que no esperaba, solo atinó a decir que su única adicción es el café por las mañanas. Y luego el incendio en las redes entre tirios y troyanos que veían el bosque y no los árboles del delicado asunto.
En primer lugar, porque la de María Jimena Duzán es una teoría antigua, aún antes de los tiempos presidenciales, que involucran al veterano ex guerrillero del M-19 con el consumo de sustancias prohibidas. Incluso, él mismo lo revela en su libro ‘Una vida, muchas vidas’ publicado en el 2021; o como lo dejó entrever el entonces embajador en Venezuela Armando Benedetti (él también sospechoso de ‘drogo’), en los polémicos y aún no bien investigados audios con la ex jefe de Gabinete Laura Sarabia; y, en segundo lugar, porque no se sabe si todavía ‘se traba’, si mejoró o empeoró y si esto afecta su juicio, su ética y sus cinco sentidos para gobernar.
Si es cierto que Petro ‘mete drogas’, como sugieren las sospechas, combinados, como dicen las redes, con ron y otras yerbas, humanamente hay que ayudarle, comprenderlo y rodearlo con un tratamiento urgente y adecuado, solo si él acepta que tiene un problema. Pero es un asunto que sí debe ser clarificado de manera urgente por la sencilla razón de que él no es un ciudadano cualquiera, no es un ‘nadie’: es el Presidente de la República de Colombia.
Y quisiera ayudar a entender este punto (la importancia de un gobernante sobrio) haciendo unas preguntas que nos podría acercar a la necesidad de comprender si ‘meterse un plom’ o una línea de perico tiene trascendencia nacional o es, como lo dicen los petristas ruidosos, un asunto personal que en nada afecta al mandatario:
¿Quién es el jíbaro? ¿Por dónde entra a la Casa de Nariño? ¿Con quiénes mete: con ministros, militares, diplomáticos, amigos personales? ¿Dónde lo hace: en la calle, en el Palacio, en su despacho, en su residencia presidencial, en los baños, en el avión de la FAC? ¿Qué mete: marihuana, coca, anfetaminas? ¿Con qué frecuencia: Una vez al mes, una a la semana, todos los días? ¿Antes o después de sus compromisos públicos? ¿Mucha o poquita? ¿Duerme bien, come bien? ¿Está ‘secuestrado su poder’, como lo sugieren las fuentes de la periodista, por esta verdad íntima? ¿Quiénes lo amenazan y lo atrapan en este ‘pecado’?
Estoy de acuerdo con María Jimena Duzán cuando revela que no es fácil escribir sobre estos asuntos que involucran al Presidente Petro. Pero siendo él el líder del país, con posturas claras sobre el cambio climático, la guerra perdida contra las drogas y la moralidad pública no puede dejar prosperar la más mínima sospecha sobre un asunto tan inquietante y que sin duda alguna afecta su legitimidad ética y moral en el gobierno del Cambio.