Por: Daniel Delgado
Existe un evento que se realiza anualmente que en la mayoría de los casos pasa desapercibido pero para los entendidos siempre representa una esperanza para que se tomen las decisiones que se tienen que tomar en materia de acción climática de manera de poder evitar la (al parecer) la inminente “sexta extinción masiva”: la Conferencia de las Partes (COP) o Cumbre Climática, que este año se realizará en los Emiratos Árabes Unidos, entre el 30 de noviembre y el 12 de diciembre.
Es así como la ultramoderna Dubái, uno de los siete emiratos, que son entre otras cosas, uno de los productores y exportadores de petróleo más importantes del planeta; se convertirá a finales de 2023 en el epicentro mundial del diálogo acerca del cambio climático. Bajo el lema Unite.Act.Deliver (Unir, Actuar, Ofrecer resultados), la COP28 será un hito en la agenda climática global de esta década ya que se aspira presentar el primer balance mundial sobre los avances globales respecto a los objetivos del Acuerdo de París, adoptado en 2015 (COP21).
Desde ya podemos decir que los avances en cuanto a mitigación o reducción de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), que fue el principal objetivo del Acuerdo de París, han sido casi nulas en la mayoría de los casos. Recordemos que los 196 países que firmaron el documento, se comprometieron principalmente a limitar el calentamiento mundial a muy por debajo de 2, preferiblemente a 1,5 grados centígrados, en comparación con los niveles preindustriales. Para alcanzar el objetivo los países se propusieron diseñar planes a corto, mediano y largo plazo, haciendo en primera instancia un inventario de sus emisiones de CO2 o equivalentes en todos los sectores posibles, acompañado de las estrategias de reducción y mitigación (contribuciones determinadas a nivel nacional, conocidas como NDC por sus siglas en inglés). Un tema pendiente: la adaptación, ya que aunque muchos se nieguen a creerlo y entenderlo, las graves consecuencias de los cambios que ha propiciado el hombre (ser humano) en el clima ya están presentes causando estragos en muchos países.
Turismo climático
Es un secreto a voces que estas reuniones, 27 en total, han servido más para hacer turismo que para tomar decisiones contundentes en materia de cambio climático. De hecho durante la Cumbre que se realizó en 2006 en Nairobi (COP12), el periodista de la BBC, Richard Black, acuñó la frase “turistas climáticos” para describir a algunos delegados que asistieron “para ver África, tomar fotos de la vida salvaje y pobres o moribundos niños y mujeres africanas”. Black también señaló que debido a las preocupaciones de los delegados sobre los costos económicos y las posibles pérdidas de competitividad, la mayoría de las discusiones evitaron cualquier mención de reducción de emisiones.
Para meter en contexto es importante recordar que antes del Acuerdo de París, existía otro documento sacado de las primeras reuniones y negociaciones de las Partes, como fue el Protocolo de Kioto, que tenía el mismo objetivo que el Acuerdo de París, lo único que siempre se dijo que no era “vinculante”, es decir, ningún país estaba obligado a cumplir lo que ya para la primera década del presente siglo era algo urgente. Escribió Ulrich Brand en Rebelión.org: “El comercio de derechos de emisión y los otros dos mecanismos “flexibles” de Kioto fueron otras tantas falacias desde el principio. En las negociaciones de Kioto de 1997, la Unión Europea se había pronunciado a favor de límites máximos claros para las emisiones, pero EEUU y Japón se impusieron. Los principales partidarios del comercio de derechos de emisión fueron BP y Shell, dicho sea de paso”.
Cuando el catedrático de la Universidad de Viena habla de “comercio de derechos de emisión” se refiere al famoso mercado de bonos de carbono, un sistema de comercio a través del cual los gobiernos, las empresas o bien los individuos pueden adquirir o vender unidades de reducción de emisiones de GEI con el fin de cumplir con las obligaciones actuales y futuras. Un sistema que en este momento ha adquirido más fama de “quimera climática”, que ha permitido el enriquecimiento de muchos apalancando lo que se conoce como “greenwashing”.
Una de las reuniones cruciales de esta “Crónica de una Muerte Anunciada” fue la COP17 (Durban 2011) sobre todo porque las Partes debían ponerse de acuerdo sobre el mecanismo que sustituiría al Protocolo de Kioto, que vencería en el 2012. Culminada la reunión escribí en mi blog (Ecoscopio): “En Durban el Protocolo de Kioto en lugar de ser el plato principal de la reunión pasó a ser la comida “vencida” metida en el congelador, que muchos temían abrir porque al parecer “apestaba”. Por lo menos para Japón, Canadá y Rusia fue así: `el Protocolo de Kioto es algo que pertenece al pasado´, y como quien dice: se bajaron del autobús. Estados Unidos, China y la India, los mayores emisores, tienen sus recelos. El Fondo Verde para el Clima no tiene dinero y los planes para expandir el comercio de carbono destructivo avanza. Un posible acuerdo que obligue jurídicamente a los países signatarios podría crearse pero habrá que esperar hasta el 2020 o 2021. Es decir, se ha postergado salvar la vida en el planeta”.
De las reuniones posteriores, muchos participantes presentan las mismas radiografías. Uno de ellos es Pablo Solón, jefe negociador para cambio climático y Embajador ante Naciones Unidas del Estado Plurinacional de Bolivia. “Después de 9 días de negociaciones no hay dudas de que ya vimos está película. Es el tercer refrito de Copenhague y Cancún. Mismos actores. Mismo guión. Los documentos se producen fuera de los espacios formales de negociación. En cenas y reuniones privadas a las que no asisten los 193 estados miembros. El resultado de estos encuentros se conoce solo el último día. En el caso de Copenhague fue a las dos de la mañana del día después que debió haber terminado el evento. En Cancún el proyecto de decisión recién apareció a las cinco de la tarde del último día y no se abrió a la negociación ni siquiera para corregir una coma. Bolivia se mantuvo firme en las dos ocasiones. La razón: los bajísimos compromisos de reducción de emisiones de los países industrializados que llevan a un incremento de la temperatura de más de 4 C”.
El lobby de las petroleras
Tampoco es una sorpresa que las industrias que más contribuyen al calentamiento global con sus emisiones tienen una fuerte presencia en cada cumbre del clima. Su incursión se hace de muchas formas. La principal, incluir miembros en las negociaciones, por lo que nunca dejan de solicitar las acreditaciones. Otra estrategia es vía patrocinio que puede incluir delegaciones completas, fastuosas cenas, comidas o experiencias únicas en el marco de los eventos. Es decir que el dinero manchado por el oscuro bitumen siempre termina impregnando las buenas intenciones del meeting.
Las denuncias y acciones para cambiar esta realidad llegaron a su clímax en la COP26 (Glasgow) cuando la Global Witness junto a otras corporaciones como el Corporate Europe Observatory (CEO), denunció que había más delegados asociados al lobby de los combustibles fósiles que cualquier otro país. “En total, 503 personas; una cifra que supera las 479 del equipo negociador de Brasil, el país con más acreditados, según los datos provisionales de asistentes de la ONU”.
Murray Worthy, de Global Witness, dijo a los medios de comunicación presentes que esa era una de las principales razones por las que 25 años de conversaciones de la ONU sobre el clima no han conducido a reducciones reales de las emisiones mundiales. “Sus intereses retrasan la acción climática, pero es más que probable que el término `retardistas´ no se pronuncie en las conversaciones de la COP26”.
Durante la COP19 (Varsovia 2013) la sociedad civil y las ONGs ambientalistas lideradas por Greenpeace, protagonizaron una protesta por esta misma razón. Realizaron una retirada masiva de la Conferencia en virtud de los pocos avances en las negociaciones. Acusaron a los organizadores de “dejarse tomar de rehén de las corporaciones hidrocarburíferas”. El mensaje era muy sencillo: “los gobiernos de la Convención Climática deben proteger al clima y a las personas, y no al carbón y la industria petrolera”, dijo un vocero de Greenpeace. “Más y más personas concuerdan que el cambio climático ahora es tan serio, que la desobediencia civil es la única respuesta adecuada”.
Cabe aquí recordar las palabras de la pequeña activista climática, Greta Thunberg, durante la Cumbre del Clima de la ONU en 2019: “Me han robado mis sueños y mi infancia con sus palabras vacías. Y sin embargo, soy de los afortunados. La gente está sufriendo. La gente se está muriendo. Ecosistemas enteros están colapsando. Estamos en el comienzo de una extinción masiva. Y de lo único que pueden hablar es de dinero y cuentos de hadas de crecimiento económico eterno. ¿Cómo se atreven?”
Para la COP28 el panorama es muy similar o aún peor. Greenpeace ha denunciado que el presidente de la Reunión será Sultan Al Jaber, ministro de Industria de los Emiratos Arabes Unidos, quien además es director ejecutivo de la Compañía Nacional de Petróleo (ADNOC). “Es como poner al zorro a cuidar gallinas», dijo Pedro Zorrilla, portavoz de Cambio Climático de Greenpeace. La ONG ha firmado una carta junto a otras 450 organizaciones internacionales dirigida al presidente de la ONU, António Guterres, para que cese a Al Jaber. Para los firmantes, este presidente representa “una amenaza a la legitimidad y la eficacia de la COP28”.
BRICS: ¿equilibrando la balanza?
Uno de los aspectos a destacar de las reuniones de las Partes, es que siempre ha estado presente un velo “invisible” que marca la distancia que hay entre los países desarrollados o industrializados y los que están en vías de desarrollo, sobre todo porque siempre ha quedado muy claro que son los primeros los que más GEI han emitido y los que prácticamente han ocasionado la actual crisis climática. Estados Unidos encabeza esta lista.
Es por ello que los debates siempre se planteaban en términos de quién debía hacer compromisos más contundentes en materia de mitigación o reducción de emisiones. Irónicamente en el grupo de los países en vías de desarrollo, se encontraba China, tercero en la lista de emisiones. En este marco es cuando el grupo de economías emergentes conocido como BRICS (Brasil, Rusia, China, India y Sudáfrica), empiezan a actuar en bloque bajo la premisa básica de que se les debía respetar su derecho a alcanzar el “desarrollo”. “Los países en desarrollo consideran que los industrializados tienen que hacer un esfuerzo mayor, a causa de su contribución histórica al calentamiento global. También exigen ayudas para mitigar los efectos de esas emisiones en sus territorios”, expresó un vocero del Grupo al término de la COP16 (2010) que se realizó en Cancún, México.
Un informe de Semestre Económico (Colombia) llegó a la conclusión en 2020 que los países miembros del grupo BRICS: Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, registraron una tendencia creciente en las emisiones de CO2 entre los años 1990 y 2018, representando en conjunto un promedio de 64,7 % de las emisiones del grupo No-OCDE, “siendo los responsables del 80 % del consumo mundial de carbón en 2018, una de las principales fuentes de energía que influyen en las emisiones de dióxido de carbono”.
Este conglomerado de las llamadas “economías emergentes” concentran el 40% de la población mundial, el 20% del producto interno bruto y 40% de las reservas del mundo. Expertos en economía afirman que su jugada en el gran tablero mundial va más allá de exigir respeto a su derecho para alcanzar el desarrollo ya que se podrían estar planteando instalar un “Nuevo Orden Mundial”. De hecho una de las jugadas a nivel económico fue crear (2015) un Banco de Desarrollo, con sede en China, como alternativa al Banco Mundial. “Busca facilitar transacciones entre los miembros sin imponer condiciones políticas”, se lee en su página web.
Se podría decir que sus planes hegemónicos van viento en popa. Este año realizaron una Cumbre (agosto) en Johanesburgo (Sudáfrica), bajo el lema: “BRICS y Africa: Asociación para un crecimiento mutuamente acelerado, desarrollo sostenible y multilateralismo inclusivo”. La ocasión fue propicia para anunciar sus planes de expansión. Los líderes del Grupo invitaron a seis países para que formen parte del bloque: Argentina, Egipto, Etiopía, Irán, Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos, los cuales, según los medios de comunicación, se sumarán como miembros plenos a partir del 1 de enero de 2024.
Cual niños atraídos por las chuches, durante la Cumbre del 2022, el presidente Xi Jinping (China) había anunciado que el Banco de Desarrollo dispondría de treinta mil millones de dólares para apoyar a sus miembros en el período 2022-2026. Enfatizó que el 40 por ciento de ese monto se destinará a proyectos que contribuyan a la mitigación y adaptación al cambio climático. Por cierto, durante las primeras reuniones de los BRICS, se filtró que en materia de negociaciones climáticas, Rusia marcaba distancia. Al parecer sus intereses no estaban alineados con los de Brasil, China, India y Sudáfrica, los llamados países básicos (BASIC).
Está en juego la vida en el planeta
Nos encontramos en un punto de no retorno. La comunidad científica ya ha advertido que el objetivo de mantener la temperatura por debajo de 1’5ºC no es realista y que los actuales compromisos de aquí a 2030 nos llevan a un aumento de unos 2’5ºC, algo catastrófico para nuestro futuro. No olvidemos que un calentamiento de 1ºC nos ha llevado a sobrepasar algunos peligrosos puntos críticos.
La acción climática requiere de medidas individuales orientadas a la sostenibilidad, por lo que la toma de conciencia social es importantísima. En este contexto, la ciudadanía tiene que ser consciente de que mantener el consumo de combustibles fósiles es incompatible con paliar la crisis climática. Esto implica un cambio en nuestro estilo de vida y modelo socioeconómico que probablemente pase por un “decrecimiento”.
Como ciudadanos responsables debemos disminuir nuestra huella de carbono, reducir nuestro consumo especialmente si procede de actividades ecológica y socialmente dañinas y exigir medidas eficaces de protección de la naturaleza para mejorar la capacidad de mitigación de nuestros ecosistemas. De no hacer nada o hacerlo a tiempo, pasaremos a ser recordados como la generación que pudo haber salvado la vida en el planeta y no lo hizo. Nuestro compromiso es con las futuras generaciones.