Por: Gustavo Alvarez Gardeazabal

Cuando el sabio Enrique Uribe White trazaba a principios del siglo pasado una carretera en la zona bananera, contrató a un machetero como ayudante para manejar el teodolito.

Se llamaba Joaquin Sierra. Era un vallenato puro, criado en La Junta y con el tiempo se volvió un experto, más hábil que el mismo Uribe White, en el manejo de las cifras del teodolito y en la medición de niveles y desniveles.

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El sobrino de Uribe Uribe se lo llevó entonces de ayudante para trazar y construir la carretera de Popayán a Pasto cuando la Guerra contra el Perú arreciaba y el país no tenía como llegar a Leticia. De allá se lo trajo a Tuluá donde los Uribe White había sentado sus reales y el machetero de la zona bananera se volvió agrimensor en la misma medida en que fue deformando un poco su cuerpo para adaptarse al teodolito.

Con una sapiencia mitológica y una habilidad del putas, Joaquin Sierra trazó los canales de riego de lo que iban a ser los ingenios Riopaila, San Carlos y Carmelita y los arrozales de La Floresta, usando aguas de tres rios diferentes.

Fue tal su éxito que don Carlos Sarmiento y don Santiago Rendón se lo llevaron a trazar los canales de las llanuras cercanas a Ibagué donde sembrarían arroz en El Escobal, Piamonte y Medialuna, tres gigantescos fundos que aún subsisten regados por el nivel que Joaquin Sierra les midió. Antes de que la vida se le acabara, casó con Rosa, copera del bar Central y escandalizó a la pacatería tulueña.

Le dio dignidad de hogar y bonanza al futuro y con ella se volvió a su tierra vallenata a trazar, con las aguas del Guatapurí, sus últimos canales antes de morir oliendo a gloria y adorando a sus sobrinas como las hijas que nunca tuvo.

El martes, cuando marché en mi pueblo tras el féretro de la última de esas adoradas mujeres, rumiaba en silencio sobre el mito que vi construir exultante y registraba una vez más la mala memoria de mi gente ,que apenas la salvan leyendo mis novelas.