¿Estamos en una ‘guerra civil fría’?

Por: Rubén Darío Valencia

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Hace poco, en una entrevista para un podcast de periodistas, el ex ministro de Educación Alejandro Gaviria, convertido por estos tiempos en una suerte de oráculo nacional dado su conocimiento de la entraña del gobierno petrista, esbozó una nueva teoría sobre el estado anímico, político e ideológico de la Nación que se suma a las de ‘lawfare’, ‘golpe blando’ y ‘rompimiento institucional’, todas expresadas por un Presidente Petro cada vez más agitado e histérico: ‘guerra civil fría’

El también ex rector de la Universidad de Los Andes y antes ministro de Salud en el gobierno de Juan Manuel Santos, dijo que esa posibilidad está explicada en el hecho fehaciente de que Gustavo Petro ya no quiere gobernar sino hacer política para reelegirse, habiendo renunciado a hacer, para el segundo tiempo de su mandato, alianzas pluralistas para sacar adelante los grandes temas del país. “Ya está en campaña”, sostuvo, lo que explica el estado de polarización y de angustia de la sociedad colombiana. Pero, ¿estamos en una ‘guerra civil fría’?

El concepto de ‘guerra civil fría’ se basa en la idea de un conflicto interno en un país que implica tensiones políticas, sociales y económicas, pero sin llegar a una confrontación armada abierta entre facciones rivales. Esta noción se puede ilustrar con las palabras del historiador Adam Michnik: “La guerra civil fría es una situación de crisis prolongada en la que la lucha política (generalmente entre partidos ideológicamente opuestos) se intensifica y polariza, pero no desemboca en un enfrentamiento militar directo”.

En este tipo de conflictos, las partes contendientes buscan influir en la opinión pública a través de narrativas en redes y bodegas, deslegitimación de los medios de comunicación, ganar apoyo popular y desprestigiar al adversario a través de tácticas políticas y propagandísticas. Como señala el politólogo Ivan Krastev, “en la ‘guerra civil fría’ los actores políticos se enfocan en ganar ventaja a través del control de instituciones y la manipulación de la información”.

Un ejemplo contemporáneo de ‘guerra civil fría’ es la situación en Venezuela, donde existe una profunda polarización política entre el gobierno de Nicolás Maduro y la oposición encabezada por María Corina Machado. Aunque ha habido momentos de violencia y represión (como el encarcelamiento de decenas de personas contradictorias del régimen), el conflicto no ha llegado a una guerra civil abierta. En palabras del sociólogo venezolano Javier Corrales, “Venezuela vive una ‘guerra civil fría’ caracterizada por la competencia constante entre el Gobierno y la oposición por el poder político y el control de los recursos”.

En la situación actual de Colombia, el concepto podría aplicarse en ciertos aspectos como la confrontación institucional entre poderes, como entre el Ejecutivo y las Cortes, los escándalos políticos y electorales que se transforman en narrativas de persecución judicial, el llamamiento a la sublevación en las calles, el bloqueo partidista en el Congreso a las iniciativas oficiales y el encarnizado debate ciudadano en las redes.

Aunque la situación de Colombia es compleja, se debe considerar con cautela la existencia del fenómeno, porque desde el fin del conflicto armado entre el gobierno colombiano y las FARC en 2016, el país ya ha experimentado tensiones políticas, sociales y económicas que reflejan una división profunda en la sociedad, manifiesta en protestas masivas, disputas por políticas públicas (las llamadas reformas sociales, la paz total y la orientación económica del Plan de Desarrollo) y acusaciones de corrupción. Además, la presencia de grupos armados ilegales, como el ELN y disidencias de las FARC, contribuye a la inestabilidad y la violencia en algunas regiones del país.

Para muchos analistas, la situación colombiana podría describirse, por ahora, como una transición política y social compleja después de décadas de conflicto armado, en lugar de una ‘guerra civil fría’ en el sentido clásico del término. Sin embargo, estamos entrando en un momento delicado donde el Gobierno se convierte en la definición típica del populismo, que es la teoría y la práctica de la polarización. Una teoría digo, porque hay una idea detrás, una ideología, pero también hay una práctica constante, permanente de buscar el conflicto político e ideológico en la sociedad, y para ello Petro tiene una herramienta intimidante: su capacidad de movilización en las calles.

Ojalá los halcones de la guerra de ambos lados entiendan que alentar la confrontación entre colombianos no es un juego, es un fuego que quema y destruye.