Cada 28 de diciembre, el municipio de Guapi, Cauca, se llena de música, color y tradición para celebrar el Día de los Santos Inocentes con la emblemática Fiesta de los Matachines. Este evento, profundamente arraigado en la historia y cultura de la región, transforma las calles en un escenario donde lo ancestral y lo festivo se entrelazan.

Un personaje icónico y su legado

Los Matachines, conocidos como «Los Ángeles del Terror», se preparan desde temprano para recorrer las calles. Vestidos con túnicas oscuras adornadas con plumas doradas y armados con látigos de cuero, simbolizan un personaje milenario que, en Guapi, se reinventa con un carácter satírico y provocador. La fiesta, que tiene más de un siglo de historia, reúne a tres grupos principales: los matachines, el burujón (corredores que los desafían) y los animadores, quienes observan, graban y añaden un toque de humor al evento.

Para Estiven Bonilla, un joven de 19 años, participar como matachín es un acto de identidad y orgullo. “Cuando correteo a alguien y logro alcanzarlo, me encanta hacer mímica, asustar, intimidar. Es nuestra cultura y, sobre todo, diversión”, cuenta mientras se ajusta su túnica café y su máscara blanca. En contraste, Santiago Córdoba, un miembro del burujón, ve la tradición como un desafío físico y familiar. “Corro todos los días para prepararme. Las marcas en el cuerpo son parte del juego, y lo disfrutamos porque es nuestra manera de vivir la tradición”.

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Un origen cargado de simbolismo

La Fiesta de los Matachines de Guapi tiene raíces profundas que mezclan lo indígena, lo afrodescendiente y lo europeo. Según estudios realizados por gestores culturales locales, la tradición proviene de un proceso de sincretismo que se remonta a los tiempos coloniales. Lo que alguna vez fue una burla a los esclavizadores se transformó en un acto de resistencia y celebración colectiva.

A diferencia de otras manifestaciones del matachín en Colombia, donde predomina un enfoque festivo y colorido, el personaje guapireño destaca por su naturaleza burlesca y transgresora. “Este matachín tiene una carga simbólica única, vinculada a la sátira y la crítica. Es una figura que desafía y divierte a la vez”, explica la investigadora Claudia Isabel Navas en un estudio publicado en Revista Credencial.

La evolución de una tradición

La fiesta, aunque vibrante, ha enfrentado cambios significativos a lo largo de los años. Julio César Prado, uno de los organizadores y descendiente de Eusebio «Chevo» Prado, un reconocido promotor de la festividad, recuerda cómo era en el pasado: “Antes, comenzábamos con un trabucazo al mediodía. Íbamos casa por casa pidiendo aguardiente, acompañados de música tradicional. Si alguien no contribuía, le dejábamos un trueno de pólvora en la puerta”.

Sin embargo, con la migración de familias hacia otras regiones y la llegada de nuevas generaciones, ciertas costumbres han perdido fuerza. Presentaciones organizadas en tarima y actividades programadas han reemplazado en parte la espontaneidad que caracterizaba a esta celebración. Para Alejandro Prado, otro de los hermanos organizadores, la esencia del carnaval radica en comprender su significado original. “Muchos jóvenes piensan que solo se trata de dar látigo, pero el verdadero matachín actúa con conciencia y respeto por la tradición”, afirma.

Un espacio de resistencia y comunidad

Pese a los cambios, la Fiesta de los Matachines sigue siendo un punto de encuentro para las familias de Guapi. Al finalizar el juego, los participantes se reúnen para compartir alimentos tradicionales como sancocho, ambé y viche, y continuar la celebración con música y baile hasta el amanecer.

La tradición también tiene normas claras para garantizar la seguridad: no se permite la participación de menores, personas en estado de embriaguez ni miembros de fuerzas públicas. “Es un espacio para la paz y la armonía, algo que no se encuentra fácilmente en otro momento del año”, reflexiona Ruth Valencia, gestora cultural y maestra de música tradicional.

Con el esfuerzo de familias como los Prado y la determinación de la comunidad, esta festividad ancestral sigue viva, recordándole a Guapi y al mundo el poder del sincretismo y la importancia de preservar las raíces culturales.

Por Laura Benítez Martínez