Las comparaciones son odiosas, pero para los que no están de primeros.

Por: Carlos Guerra

Desde hace muchos años pienso que este país es inviable moralmente. Ojo… si fuera económicamente inviable – lo cual pienso que no – tendría salvación, cosa que firmemente creo. Con un poco de voluntad política y de inteligencia, se podrían adaptar por ejemplo, modelos exitosos como el milagro coreano, o el japonés que lograron lo impensable en territorios que no tienen ni un tercio de las riquezas agrícolas, naturales o minerales de nuestro país. La economía tiene salvación.

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Donde yo veo que no hay salvación es en la estructura moral de nuestra sociedad. Y si bien de chiquito nos enseñaron que “las comparaciones son odiosas”, la única forma de mejorar, corregir o superarse es comparando. Tal vez son odiosas porque nos confronta con nuestra realidad y deja ver nuestras infinitas falencias.

Tratemos de entender, por ejemplo, por qué durante 2024 Japón registró 853 homicidios (124 millones de habitantes), mientras que Colombia tuvo 12.752 (50 millones de habitantes).

Esta comparación, más que odiosa, es dolorosa y nos debería invitar a reflexionar acerca de nuestra escala de valores, nuestros principios y nuestra moral. “Es que la pobreza nos lleva a la violencia”, dirán unos. No señores, en Japón hay pobres, y muchos.

De hecho cerca del 15% de la población vive por debajo del nivel de pobreza, algo así como 19 millones de personas. ¿Qué es lo que pasa entonces? ¿Por qué somos tan violentos? Yo le doy vueltas al asunto y no tengo otra explicación: tenemos la maldad enquistada en nuestro ADN.

Hemos normalizado tanto lo inaceptable, que la maldad dejó de parecernos extraña. Rosseau acuñó la famosa frase “El hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe” y como buen estudiante que fui, me comí el cuento. Hoy pienso que “El hombre nace malo y la sociedad le da oportunidades de mejora”.

Yo no he visto un ser más cruel que un niño de 3 años cuando otro le pide el juguete. Nuestro problema es que nacimos en una sociedad en donde las bases estructurales que generan esas oportunidades de mejora son un desastre.

Una de ellas, es el modelo educativo: por un lado el nivel de nuestros maestros y educadores es muy deficiente, muchos de ellos obedecen a cuotas y favores políticos y no tienen el perfil requerido, y por otro lado ponen todas las talanqueras para que los evalúen, por temor a quedar en evidencia. Los resultados hablan: el reporte de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, OCDE, pone a Colombia en el puesto 26 entre 48 países evaluados y último en el ítem de comprensión de lectura.

Pero apartémonos de las materias y quedémonos con lo que para mi realmente importa: la educación en valores, principios, ética y moral; la educación en lo que nos debería hacer mejores seres humanos: El Respeto, la Compasión, la Empatía, la Gratitud, la Generosidad, la Solidaridad, la Tolerancia, la Honestidad, Honestidad, Honestidad!.

Y si creemos que esto se está enseñando en los colegios, escuelas y en nuestras casas, pues tengo que decir que lo estamos enseñando muy mal. Basta con ver la forma en que nos tratamos, la forma en que celebramos la trampa y llamamos bobo al que respeta las reglas, basta con ver a los jóvenes de los colegios colándose en las estaciones del MIO o Transmilenio sin el más mínimo asomo de vergüenza, ni que decir de la forma en que cohonestamos con el corrupto o el ladrón de cuello blanco, o con el guerrillero o paramilitar que mató, torturó o secuestró; y a quienes recibimos en nuestra casa, saludamos en el restaurante o tomamos whisky en el club social.

Lo más complejo del asunto es que viendo los liderazgos de hoy tanto en el escenario local, como en el nacional, el panorama es poco alentador y mucho menos esperanzador. Pero no por eso debemos dejar de compararnos, a ver si algún día dejamos de admirar lo ajeno y empezamos a construir lo admirable en lo propio.